martes, 30 de diciembre de 2008

CENICIENTA

¿La vieron a Dolores Urquiza Echagüe, mezclada entre la glamourosa multitud de los personajes del año, en la tradicional portada de la Revista Gente de Navidad?.
Si dicen que sí, mienten. Porque ese era el gran sueño de Dolores. Sueño que se frustró tragicomicamente en la entrada del lobby del Hotel Alvear, el día de la famosa foto, igual que la carroza de Cenicienta.
Ella soñó con esa portada desde su tierna infancia, desde que le contaron que su tía segunda, Marcia Alcira Paz, formó parte de la misma en 1978, cuando era una modelo cotizada de una famosa marca de cigarrillos. Tal vez por esa única razón Dolores abrazó desde temprana edad la carrera de modelaje, más allá de ciertas ventajas que fueron apareciendo después y que ella a su vez observó, compró y degustó, y que ahora no vienen al caso.
Les cuento.
A mitad de este año ella conoció a su salvador en un exclusivo boliche de Palermo. Ella estaba en el VIP, invitada por una marca de ropa interior. En las diminutas mesitas de caoba había sushi, quesitos y ostras con champán. Él la vio, se acercó con dos daikiris en las manos y se presentó; primero como un empresario a secas, después, cuando la charla ya navegaba en aguas de confidencia e intimidad, como uno de los nuevos popes de Editorial Atlantida. Era un muchacho de mirada gris y sonrisa lustrosa y perfecta, que a Dolores le gustó de entrada. El resto fue un trabajo fino, de los dos. Cada uno consiguió del otro lo que el otro podía darle. Él, esas piernas perfectas que parecen no acabar nunca y que dan vértigo; también el íntimo contacto de su cabellera rubia rozándole el pecho en el momento más precipitado del amor. Ella en cambio le arrancó la certeza de la tapa y la promesa de un sobre blanco con ribetes dorados: La invitación a la fiesta.
El sobre apareció el día menos pensado, en manos del portero: Era la última semana de noviembre. Las noches previas al gran acontecimiento Dolores los utilizó para prepararse: Peinados, maquillajes, vestidos, zapatos, joyas, carteras, etc. Fue probando cada prenda, cada perfume, cada joya con una ansiedad que le marcaba en el rostro una mueca casi de pavor, hasta que quedó conforme. O al menos se auto-convenció.
Una limusina blanca la pasaría a buscar por su departamento, así decía la tarjetita del sobre blanco.
El día soñado al fin llegó y ella esperó su limusina con impaciencia, pero esta nunca apareció. No le importó, tomó un taxi y se fue sola con su vestidito rojo y su sobre dorado y sus zapatos de Ricki Sarkany hasta el hotel Alvear. Cuando llegó, algunos personajes ya estaban arribando entre flashes, guardaespaldas y pedidos de autógrafos de cholulos. Vió actrices, actores, políticos, músicos, piqueteros conchetos del gremio agropecuario y todo el gataje más codiciado de toda Buenos Aires.
Cuando se disponía a ingresar la gente de vigilancia la detuvo. El sobrecito no correspondía al de las invitaciones y ella no figuraba en la preciosa lista. "Debe haber un error", increpó, nerviosa, a uno de los gorilas que le impedían el paso. "No, señorita, no hay", le respondieron. Entonces Preguntó por el pope de la Editorial y dio su nombre. Nadie lo conocía, nadie lo había visto jamás. Roja de vergüenza Dolores comprendió que había sido engañada. No supo que hacer. El momento más trascendental de su vida estaba ahí, al alcance de la mano, a punto de suceder, y no quería perdérselo por nada.
Entendió que estaba perdida, una lágrima tonta y negra comenzó a bajar solitaria por su mejilla. Ahí vio las cámaras de televisión, observó a los noteros de los programas de chimentos haciéndose bromas, vio a un gato famoso y oxigenado bajarse de una limusina blanca y dirigirse a la entrada del hotel. Entonces tuvo una puntada de lucidez y se le ocurrió la idea. Supo que esa era su gran oportunidad de trascendencia. Le apuntó con el dedo al gato y gritó algo para que todos oyeran. Se le tiró encima con una excusa cualquiera, la tomó de las mechas de falso color amarillo, y ambas rodaron por el piso. Pero Dolores no consiguió su cometido. Ella observó, en el fragor del forcejeo y mientras dos guardias trataban de separarlas, como las cámaras giraron hacia otro sector y se desentendieron del conflicto. Es que para acentuar la desgracia de nuestra amiga, en ese preciso momento llegaba un auto negro, lustroso y con vidrios polarizados, conducido por Marcelo Tinelli, el Dueño del Rating de la Televisión.
Dolores volvió esa noche a su casa mordiendo su derrota, sin su sobre dorado, rasguñada, con el rímel corrido y las medias rotas.


la imagen es de MINIMALISTIC
GLAMOUR 1.0

domingo, 28 de diciembre de 2008

EL AUTOMÓVIL DE DIOS

Estoy asustado. No sé realmente si este foro es el apropiado para develar semejante intimidad, pero es así, estoy muy asustado: creo que Dios murió.
Y no piensen que estoy haciendo un planteo filosófico, metafísico o algo parecido.
No.
Hablo en serio.
Les cuento.
Romina Hernández Villalba, la coladora de pastillas más voluptuosa que conocí en mi vida, estuvo de gira por boliches de Buenos Aires.
 Y aterrizó —soñolienta, descolocada y deprimida— la madrugada del 26 de diciembre en nuestra casa.
Ella exhibía en los ojos un estigma de cansancio que le conozco bien, y un velo en la mirada.
Ella dijo que vio a Dios.
Y lo dijo con una lucidez que, en su estado, daba cierto vértigo.
Dijo que Dios le habló,  y que lo hizo en un idioma tangible, memorable, poderoso y artificial, sin menosprecios ni censuras, como a ella le gusta.
Romina canta en una banda de rock con unos guitarristas melenudos, canosos, y patéticos de más de cuarenta.
El público que asiste a verlos es caricatura de sí mismo, pero de veinte años atrás.
Ella es una princesa de minifalda negra y sandalias escarlatas en ese olimpo pagano de tipos venidos a menos, de cocaína cortada, de miseras a destiempo.
Romina Hernández Villalba dijo que Dios le proveyó de lo necesario para que su vida no cayera en un pozo negro y sin fondo: un caramelito de esos que duran una eternidad y que se deshacen en la boca despacito, como en un sueño.
Y después dijo que él partió para siempre en un Rolls-Royce descapotable, por avenida del Libertador.
Contó también que la pastillita dejó su huella,  y ahora a Dios no lo encuentra por ninguna parte.
Yo le preparé un buen desayuno, le llené la tina de baño con unas sales especiales, le presté una bata de mi mujer y le dije que no sería difícil dar con un Rolls descapotable en plena Buenos Aires, que no se preocupara.
Lo que no le dije es que puteé por lo bajo.
Ella hizo un gesto raro —que no entendí ni traté de entender— y no dijo nada más: se quedó pensando largo rato hasta que se durmió.
La dejé en casa.
Salí a la calle a respirar un poco, a ordenar las ideas. Caminé por Recoleta, anduve por una vacía Plaza Francia de fin de año. Tomé Libertador, y pasé por el trunco monumento a Eva Duarte de Perón. Al llegar al edificio del ACA un cordón de motocicletas policiales cortaba el tránsito de punta a punta. Una ambulancia hacía sonar sus sirenas, dos carros de bomberos se incineraban bajo el sol,  y un auto destrozado era arrancado a fuerza de grúa del asfalto recalentado.
El auto estaba irreconocible, sólo permanecía intacta la particular insignia Espíritu de Éxtasis, que identifica a la marca, y la famosa parrilla delantera.
—Al final —dijo uno de los policías, mientras encendía un cigarrillo— lo único que queda de las cosas es el espíritu, inclusive en los despojos de un automóvil que nunca tuvo un palmo de vida .
¡Claro! pensé, el espíritu permanece. El espíritu es lo único intacto que puede remitir a un hombre, a un perro, a una planta, a un objeto, o a la mismísima divinidad.
Seguí caminando. Me pregunté otra vez cuántos Rolls-Royce, como el que acababa de ver totalmente destruído, podían existir en Buenos Aires.
Me pregunté —todavía me lo pregunto— si ese auto no sería el auto de Dios.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

24 DE DICIEMBRE


Sí: No cabe duda. Papá Noel es ese tipo panzón, sobre esa  nave espacial, en el medio del Alto Palermo.
¡Si vos lo hubieses visto como yo lo vi! con su frondosa barba blanca y su traje rojo, posando para las fotos con los chicos.
Sí. Centenares de pibes haciendo una larga cola en ese paraíso con aire acondicionado donde la realidad no existe y ni siquiera se intuye.
Si vos hubieses visto a esa esterilizada muchedumbre entrar en los locales en tropel, pisotearse sin siquiera tocarse, empujarse asépticamente, marchando impecablemente hacia el caos de la perfección.
Si vos hubieras visto a los tipos de chomba verde, bermuda impecable y Ray-Ban negros , a las minas con sus vestidos rojos, y sus escotes, y sus jeanes y sus zapatillas.
Y a Papá Noel, por supuesto, que sonreía, bonachón, ante la polarois de ocho pesos en su cielo dentro del cielo.
La gente andaba con guantes de hule, empapada de antitranspirantes, sin olores, sin arrugas, sin suciedad ni pecado.
La gente metía sus asépticos dedos en las carteras negras y pelaban su American Express, su Mastercard, su Diners Club Internacional, y cargaban enormes paquetes con moños demenciales, guirnaldas navideñas, ilusiones de colores a precio dolar.
Nada parecía capaz de alterar el orden perfecto del paraíso perfecto en el día perfecto. Hasta que un grito agudo partió la calma, y se elevó sobre el bullicio  que ya es como parte de ese paisaje de mentiras.
¿Un robo? ¿Un desmayo? ¿Un accidente?.
Nada de eso. Sucedió que uno de los pequeños sabandijas que llegó hasta el trono de Santa Claus se sonrió con picardía, y comenzó a patear a diestra y siniestra. Después apuntó con ironía su mirada celeste sobre el gordo anfitrión, y descargó sobre él una andanada de puntapiés y mordeduras. En uno de los manotazos, el pibe logró arrebatarle la barba de algodón y comenzó a gritar: -¡Es falsa! ¡Es falsa! ¡Éste no es Papá Noel!
Padres, hermanos, guardias de seguridad, comedidos y curiosos, apenas si podían contener a la pequeña bestia pelirroja qué, a risa pelada, forcejeaba sin dejarse sujetar.
Si vos hubieses visto las corridas, si vos hubieses notado como de pronto la realidad se abrió paso, penetró en ese frasco de formol invencible, metió su cola fétida y rugosa. Si vos hubieses visto todo lo que yo vi, entonces le habrías agradecido al buen Dios, lo juro. Por eso te lo cuento.
Seguí mi recorrido, yo uno más, a qué negarlo, entre tantos que un 24 de diciembre hacen lo que no quieren y quieren lo que no hacen.
Pero ya era otro.
Al salir lo volví a ver a Papá Noel. Esta vez sin su barba frondosa, y con su traje rojo metido en una bolsa de supermercados, más flaco y más ojeroso que en el reino maravilloso de su nave espacial, tomándose una Quilmes del pico, sentado sobre la fuente que da a Coronel Díaz.


Feliz Navidad!!

la imagen es de GULLOTTO

lunes, 22 de diciembre de 2008

DESCALCIFICACIÓN

Esta mañana el porteño más porteño de todos salió a desayunar.
Lunes.
Esta mañana al porteño más porteño de todos le importó un pito que la temperatura descendiera temerariamente, que los diarios hablaran del triunfo de Boca en su primera plana, que diciembre transitara por la habitual locura de fin de año. El porteño más porteño de todos concurrió a su café de siempre, a tomar lo que toma siempre; pero el local estaba cerrado. Parece que hubo un robo y el dueño tuvo que cerrar para ir a hacer la denuncia y porque quedó medio shoqueado. "Fueron dos tipos -cuenta Roberto, uno de los mozos ya cambiado para irse- uno de ellos le apuntó al patrón con una pistola y el otro recogió la guita de la caja".
El porteño más porteño de todos se dijo que a su ciudad la estaban descalcificando poco a poco. Eso se dijo y por supuesto no se entendió a sí mismo; es que el porteño más porteño de todos necesita escribir lo que piensa para poder entenderse y ordenar así las ideas, y necesita escribir sobre servilletas de papel, mientras mira el paisaje urbano a través de la vidriera y se inspira.
El porteño más porteño de todos se fue a otro bar en la otra punta de la ciudad. Un bar moderno, con mesas en la calle o terraza, como le dicen en España; pero no fue lo mismo. Se sentó afuera para sentir el viento caer sobre su cara, viento de lunes después del fin de semana calcinante, pero no pudo escribir nada.
Primero pasó un muchachito de pelo revuelto y barba incipiente que le quiso vender lapiceras y relojes. Luego una madre con su hija en brazos y otros tantos críos correteando alrededor, que le dejó una notita en la cual le explicaba que no tenía trabajo y que estaba enferma. Después vino un muchacho con el brazo cubierto de tatuajes lisérgicos y multicolores vendiendo artesanías.
El porteño más porteño de todos pagó su café doble, dejó un billete de dos pesos debajo del servilletero y se fue caminando sin rumbo, a ver si entendía un poco mejor aquel temita de la descalcificación.
La Imagen es de Pablo Peisa

viernes, 19 de diciembre de 2008

CAMINADORA DE CUENTOS

¿La Conocen a María Fernanda?.
Fer es narradora de cuentos, y un buen día se pudrió de todo, se aburrió, y se fue por ahí, con una mochila y sus panes (Fer también es panadera) a contar historias... y a escuchar.
María Fernanda se recorrió el país entero, de norte a sur y de este a oeste, y el país entero la recibió. Visitó aldeas y pueblos y de cada pueblo cada plaza, y las escuelas, sobre todo. Y de cada escuela Fer oyó el relato de cada chico... Y después contó. La República entera recorrió, no sé cuantas horas de micro, no sé cuantas de camino y otras tantas de gente.
Gente. Gente con historias. Gente que saboreó panes y comió historias porque panes e historias de la mano de Fer van unidos.
Fer nos cuenta que cierta noche se perdió en uno de esos tantos pueblitos y tomó un sendero de tierra rodeado de montañas y dio con un boliche donde había fiesta y todos estaban borrachos. Ella dice que contar para borrachos es una experiencia fascinante. "Es como contar para chicos -nos dice- porque al igual que los chicos los borrachos intervienen en el medio del cuento, si no les gusta te lo dicen en la cara y si se aburren, se duermen".
Cuando retornó de aquel periplo que le llevó casi un año, Fer era otra. Tenía otra luz en la mirada, otro tono de voz, otro olor, otra manera de caminar: había sido atravesada por todo lo que le había sucedido.
Y a pesar de que cuando partió llevaba mucho para dar, cuando volvió estaba repleta, llena, atiborrada de todo lo que recibió.

Si quieren saber más de todo esto http://caminandocuentos.blogspot.com/

FOTO: LA VISPERA

miércoles, 17 de diciembre de 2008

CARLA, EN EL BORDE

Carla, una de las tantas amigas de An, está, como tantas amigas de An, podrida en guita. Pero eso le genera algo de culpa. Su papá tiene acciones aquí y allá y renta departamentos en Puerto Madero.
Carla siente culpa por su Porsche descapotable, por su cabellera rubia natural, porque cada fin de semana no se decide por el Country de Tortugas o su campo en San Pedro; siente culpa por los quinientos dólares mensuales que le valieron su licenciatura en la Facultad de Belgrano. Pero sobre todo Carla siente culpa por sus zapatos: Ella tiene una de las colecciones más caras y numerosas de toda Buenos Aires. Por eso ella se levanta todos los días a las ocho de la mañana, se mete en un taxi de confianza y se va a algún barrio carenciado de Capital Federal.
Carla hace trabajo voluntario. Le lee cuentos a los niños en los comedores escolares.
Todo esto empezó hace un año atrás. Ella estaba muerta de miedo y de curiosidad, cargó una decena de libros en su Porsche descapotable, una bolsa de mercadería no perecedera, empuñó el volante y partió hacia la villa 21 de Barracas, donde debía completar su residencia. Apenas estacionó su auto sobre la calle de tierra comprendió que venir en él había sido un grave error . Sintió miradas que se clavaban en su nuca, y en otras partes. Miradas descaradas y curiosas. Ya era tarde. Llegó al lugar, un lugar limpio, repleto de mesas y de sillas y con una enorme cocina. La hicieron esperar, le acercaron un vaso de agua. Se sentó en el piso en el medio del salón y una veintena de chicos la rodeó. Estaba nerviosa. Saludó, se presentó, leyó y escuchó. Sobre todo escuchó. Abrazó y se dejó abrazar por esos pibes que la miraban como a una reina de cuento. Ella leyó y todos escucharon y preguntaron y se rieron. Al final de la jornada una nena le pidió un beso. Carla nunca antes en la vida se había sentido tan feliz.
Al salir el corazón le explotaba en el pecho. Estaba exultante y dichosa. Llegó a donde había dejado el Porsche. Tres pibes lo rodeaban y lo miraban como si fuera una nave espacial. Uno le dijo: -"Doña, se lo estábamos cuidando, eh". Ella les sonrió, buscó las llaves y se fue.
Hoy ese comedor está por cerrar y los maestros están en plan de lucha para que esto no ocurra. Carla está con ellos, con su vincha de la CTA y su cabellera rubia natural. Ella pidió a su papá que mueva alguna influencia, pero no se puede, o no se quiere.
Carla está dispuesta a todo, incluso a resistir hasta las últimas consecuencias.

martes, 16 de diciembre de 2008

AN Y LA NAVIDAD

El grito de An partió en dos el silencio de la madrugada. Cuando acudí, ella estaba todavía sentada frente al monitor de la PC. Ella se tapaba la cara con las manos y meneaba la cabeza negativamente, como si en la pantalla hubiese aparecido algo horroroso, imposible de soportar.
-¡¡Te mato!! Escribiste sobre mí -dijo marcando cada sílaba y dejando entrever algo de su rostro entre los dedos abiertos.
An estaba aburrida y se puso a espiar este blog y en uno de los post descubrió su nombre: An.
En ese momento supe que la noche se alargaría inevitablemente y batí nescafé, y ella leyó.
Ella, que es implacable. Ella que es impredecible, certera y despiadada con las críticas no dijo nada. Pero yo sabía lo que pensaba, la conozco bien, por eso me reí.
¿Así soy yo? -preguntó sin mirarme
- Sí...Bue... Más o menos.
Siguió leyendo, se tapó la cara un par de veces, meneando la cabeza. Dijo "sos malo". Se levantó de pronto y me dio un beso.
Bebimos el café. Hablamos largo. Bebimos whisky. Una luz se encendió en algún lado, intima, sobre el oscuro de la noche.
Todavía no sabemos con quien pasaremos la Navidad. Nos invitaron los Achaval, los Larreta, pero An ni piensa en reunirse con viejos cagados en guita que se ponen a evocar el pasado.
La comprendo. Yo a su edad pensaba lo mismo.
Lo que An ansía con toda el alma es comprarse un vestido rojo que vio en una boutique de Palermo, teñirse el pelo e irse con Isabel a la casa de Patricia, en Nordelta. Dice que quiere mirar como la luna se refleja en el río a medianoche. Dice también que quieren estar las tres, mirando esa luna, abrazadas y con una botella de champán entre las manos, y después tirarse a la pileta, vestidas, y totalmente borrachas.
Me sirví otro whisky.
Pienso que hablaré con mi amigo Rodrigo, o con Esteban. No sé. A lo mejor a alguno de ellos se les ocurre algo que hacer.

lunes, 15 de diciembre de 2008

NORMA, DE REGRESO.


¿Vos la conociste a "la Arrostito"? —me preguntó An, mi mujer, con una inocencia conmovedora.
Le dije que sí, que no personalmente por supuesto, pero que sabía de su existencia y de sus peripecias en la política Argentina de los 70.
Yo era pibe, pero todavía recuerdo el torbellino en que naufragaba la república por aquellos días. Y conservo algunas colecciones de los diarios de esa época en algún armario de mi casa.
Pero An quería saber más. Ella conoció de la existencia de Norma Arrostito por el documental de César D'Angiolillo, que iba a ser estrenado en el Malba y una amenaza de bomba frustró.
An quería ver el documental porque le hablaron muy bien del director, aunque en verdad no siente mucho apasionamiento por el pasado. Su juventud y su energía le dictan que lo único que importa es lo que está sucediendo en este preciso momento, así que ignoraba casi por completo algún dato de quien fue en vida "Gaby, la montonera".
Entonces ella clickeó en Wikipedia, y allí encontró una breve biografía con la foto que ilustra este post.
Yo me reí, porque en mis tiempos para buscar información había que ir a la biblioteca, hacer largas colas, investigar, romperse los ojos y la cabeza. Claro que en mis tiempos no había celulares, internet, notebooks, y An estaba recién nacida.
Mi mujer se apasionó con la vida de Norma Arrostito. Leyó con avidez cómo pasó de formar parte de un inocente grupo estudiantil a convertirse en cuadro esencial de la que sería la organización guerrillera mas famosa del país.
No puedo creer —me dijo— que una pendeja como ella concibiera, ejecutara, y narrara minuciosamente los mecanismos de un plan para secuestrar y matar a un ex presidente.
An, que no está a favor de ninguna muerte, que sospecha que la política es un complicado juego despiadado y cruel , se conmovió con el amor de Norma y de Fernando. Por eso ella se enfundó en el vestido negro, buscó y rebuscó entre sus pilas de cajas de zapatos, hasta que encontró lo que quería. Se maquilló frente al espejo del baño y telefoneó a su amiga Isabel, que la pasó a buscar en su auto y juntas partieron hacia el Malba.
Las chicas llegaron sobre la hora, como siempre. La sala estaba repleta, y An seguía conmovida. Tenía a mano una importante provisión de pañuelos de papel, por las dudas. Pero cuando la luz se apagó, y la respiración de los presentes se hizo más pesada, alguien anunció que la función se suspendía.
Los hicieron salir, y entonces se enteraron de la amenaza.
An estaba un poco decepcionada, pero Isabel la alentó a que no desperdiciaran la noche. Juntas se fueron a pasear en auto por Avenida del Libertador, para ver si encontraban algún bar como la gente.

domingo, 14 de diciembre de 2008

VERANEO

¿La vieron a Carmencita Olivares Reyna?
Si ahora se dan una vueltita por la barranca del Parque Las Heras, seguramente la van a encontrar todavía ahí, con su perrita yorkshire que es idéntica a ella, cocinándose al horno de este sol de este incipiente y ensañante verano. An, mi mujer, se la cruzó este mediodía, cerca de las once y pico. Carmencita estaba ahí desde las ocho, cuando todavía unas nubecitas tímidas empañaban el cielo, después de la lluvia. A las once y pico no. A esa hora el sol estaba radiante, dispuesto a arder la vida entera, y Carmencita mitigaba su tristeza entrecerrando apenas los ojos.
Ella le contó a mi mujer que su marido tenía puesta toda su guita en unas acciones de no se qué importante automotriz multinacional. Y entonces se vino la crisis de golpe y hoy esos papelitos valen menos que un boleto de esos bondis que ella nunca tomó.
El tipo le dijo sin piedad que este año veranean en el país, que ni loca piense en Punta, que a lo sumo alguna escapadita a Mar del Plata quince días.
"¿Vos te das cuenta?" - le dijo Carmencita a An, mi mujer, que se encogió de hombros, hizo un gesto ambiguo y se calzó los lentes negros para que el sol no le perforara los ojos.
Carmencita es hija de Federico Olivares, dueño de una cadena de estaciones de servicio, que también andan con problemas. Parece que se viene un fin de año complicado para mucha gente.
Mientras ellas estaban charlando pasó un tipo con una barba hasta el piso, vestido con tanta ropa como para ir a la Antártida, que cargaba una enorme bolsa de arpillera y revisaba los cestos de basura.
"Esto está cada vez más lleno de negros" - dijo Carmencita Olivares Reyna, mirando apenas de reojo como la barranca se iba llenando poco a poco: viejos más blancos que la leche con reposeras multicolores, paseaperros bronceados y musculosos, adolescentes cargando cajones repletos de cerveza.Mi mujer le dió un beso en la mejilla y volvió a casa por Coronel Díaz.

sábado, 13 de diciembre de 2008

BAR X

Encontrarme con Felipe siempre es una fiesta. Por eso cuando me propuso encontrarnos y que yo eligiera el lugar, no dudé un instante en proponerle el BAR X. Un bar muy preciado por mí, al que concurro asiduamente y en el cual me conoce todo el mundo.
Felipe posee una alegría innata, contagiosa. Por esa razón, llegada la hora del encuentro, mi corazón se exaltó, sabiendo de ante mano que podría gozar de su buen humor por un par de horas.
Felipe es de esos tipos que te hacen reír en cualquier lado y en circunstancias imposibles.
Llegué cinco minutos después de la hora señalada y mi amigo ya estaba ahí, frente a una botella de Quilmes imperial. Algo me llamó la atención en ese momento, pero no supe qué.
Al acercarme a la mesa quise abrazarlo y darle un beso, que es como nos saludamos desde siempre. Me detuvo con un gesto. Me senté, turbado por la situación. Su cara denotaba un extraño rictus; no era el mismo tipo de siempre.
Luego hablo:
- Lo sé todo, te estás viendo con Elena.
- ¿ Qué, qué ?
- Alguien los vio, pero quiero que vos me lo confirmes.
Miré sus manos, crispadas, sus ojos sombríos. Elena y yo fuimos novios en la adolescencia y ahora era la esposa de Felipe. Obviamente esto había ocurrido hacía ya mucho tiempo y él lo sabía bien. Pero es verdad también que hace poco nos cruzamos en el microcentro de casualidad y la invité a tomar un café.
- Estás loco, Felipe, vos sos mi amigo...
- ¿Es verdad o no?.
-Noooo
Ahí nomás se paró y gritó que alguien nos había visto juntos en un bar y después en la puerta de un telo de Reconquista y Córdoba.
En ese momento recordé el encuentro y el bar y maldije al cretino que me vio e imaginó o inventó otra historia.
-¡Es verdad, guacho! - gritó Felipe exaltado, fuera de sí, mientras el mozo se interponía en su camino y varios parroquianos miraban con estupor. Corrió la mesa de golpe, tiró las sillas al piso y me invitó a pelear ahí mismo. Ya Marcelo, el encargado del boliche, nos invitaba cordialmente a abandonar el local a cambio de no llamar a la policía. Yo estaba rojo de vergüenza.
En la puerta me dispuse a todo, a pelear si era necesario y si mi amigo no quería entrar en razones. Después habría tiempo de explicarlo todo.
Felipe avanzó con los brazos extendidos y me abrazó riéndose. No entendía absolutamente nada.
Me dijo que Elena le había contado de nuestro encuentro y que no se le ocurrió hacerme una broma mejor que esa para castigarme por haber propuesto ese boliche de mala muerte para nuestro encuentro. "Ahí no podés volver nunca más", dijo entre risas.
Yo lo miré de arriba a abajo y sólo pude atinar a decir lo que cualquier humano bien nacido debe expresar en un momento como ese:
-Hijo de Puta.

PACO: ENCARGADO DE EDIFICIO.

Paco es encargado de edificios en una de las zonas más paquetas de Buenos Aires.
Paco empuña su manguera cada mañana y un abundante y transparente chorro de agua perfora la vereda repleta de jabón. Paco ignora que el agua es un elemento precioso y escaso, que se debe cuidar y administrar. O acaso lo sabe y no le importa. Lo único que él entiende es que la mierda de los perros se pega a las baldosas como una garrapata y no sale así nomás.
Paco es portero de un edificio en la Recoleta, donde en estos días un violador está haciendo de las suyas. Vinieron de los medios y hablaron con Paco, pero él no sabe ni vio nada.
Todos los días alguien cuenta de alguna víctima. En la panadería y en el supermercado chino no se habla de otra cosa.
Las chicas andan con miedo y las señoras grandes también, pero confían en Paco. Tanto confían en él que Paco pegó el identikik con la cara del tipo en la puerta de entrada de su edificio, para no olvidarse de su rostro. Paco infla su pecho, empuña su escoba a manera de fusil, y jura que si aparece por ahí le va a dar su merecido.
Las chicas y las señoras, agradecidas

TAXI

En esa especie de feria americana de la vida que es el barrio de la Chacarita tomé el taxi. Ahí, cerca de las paradas de los bondis, entre venderores de bolas de árbol de navidad y pregoneros del "de todo", logré extender mi mano para que el taxista que venía por Federico Lacroze no siguiera de largo. En Chacarita es menester, antes de ascender a cualquier vehículo, cuidar bien tus bolsillos y sostener con fuerza el teléfono celular, porque los pungas allí abundan más que los mosquitos.
Mucho calor. Taxi sin aire acondicionado. Algunas carpetas del laburo y un cuadernito de cierto taller. Entrar en el Peugeot es como desparramarse en un sauna.
El tipo hablaba hasta por los codos, un sesentón de bigote finito, tomó por Charlone o alguna otra calle y se perdió en el mismo corazón de Palermo (Hay, en algún lugar del trayecto, un letrero que dice "Palermo no es Hollywood" y no pude dejar de reírme). El taxista siguió hablando sin parar -un hilo de transpiración le bajaba por la nuca y se perdía debajo del cuello de la camisa- de Cristina hablaba, de la presidenta, y de cómo antes, cuando estaba Carlitos (Así lo llamaba a Menem, como si fuera su hermano) la guita le rendía un montón. Qué el turco sí qué la tenía clara, etc, etc.
El aire estaba dominado por una especie de plasticola invisible; mi remera se pegaba a la piel como si estuviera embadurnada con jalea real. Pensé en el tipo que me conducía hacia mi destino, le imaginé una mujer inmensa, asexuada, pensé en los hijos que podría llegar a tener (¿Colegio del estado o pago?. De curas, seguramente, que es más barato). Al arribar por Cabrera a la calle Anchorena un semáforo en rojo nos detuvo. Dos pibes jugaban en la puerta de una casa tomada. Extendían índice y pulgar simulando tener una pistola y apuntaban y disparaban a la hilera de autos detenidos. Cuando el semáforo se puso en verde los coches arrancaron. El taxista, mirando de reojo a los pibes que siguieron con su juego, me dijo indignado: -¡A estos habría qué matarlos de chiquitos, antes de qué crezcan y nos maten ellos a nosotros!
No me quedó claro quienes eran ellos y quienes nosotros. Lo que sí supe después es que debería haber dicho alguna cosa, por estúpida que fuera, o bajarme del taxi a las puteadas allí mismo. Pero nada dije, abrí mi carpeta, controlé cierto dato para mi trabajo y continué mi viaje mirando por la ventanilla las paquetas calles de la Recoleta.
Pagué y descendí en Pueyrredón.

jueves, 11 de diciembre de 2008

HIJO DE ESTA CIUDAD

A veces pienso que esta ciudad cobra sus víctimas por puro placer, y pienso, también, que es verdad aquello que dice que Buenos aires nos devora por dentro. Es que existe un simulacro lastimoso, una forma opuesta de perdón y olvido desdoblándose en una llameante y fugitiva sombra: El porteño.
Muchas veces, en los cafés que frecuento cuando la noche traga su última luz y el ruido de los bondis denuncia que la ciudad está a punto de dormirse, lo veo con sus ojos fijos en una cerveza o en un periódico a esa altura obsoleto; y puedo entenderlo, puedo entender y comprender a ese tipo descarnado, hijo de esta ciudad, que aunque busque no encuentra y cuando encuentra es demasiado tarde.

lunes, 8 de diciembre de 2008

MARISA

Por qué Marisa cada mañana se sienta en la misma mesa del mismo bar de Santa Fe y Coronel Díaz con su cortado, su Nación, y observa calladamente el sol calcinante del verano cayendo sobre la vereda.
Será verdad qué Marisa no escruta ningún rostro, no ansía un ser humano qué se siente en el extremo opuesto de su mesa, pida una cerveza tirada en un vaso gigante y helado y le acaricie la mano mientras le cuenta de la oficina y qué hoy llegará tarde.
Mi amiga Marisa no fuma, así que no puede encender cigarrillos mientras piensa cómo encarar el día calcinante, cómo asir ese aburrimiento que le trepa por las piernas, ancla en su sexo una congoja acalorada y le da ese rubor especial a su rostro, mientras el mozo cuenta las monedas.
Mi amiga Marisa está dispuesta, como todos los días, como cada mañana, a abrir su boutique del Alto Palermo y olvidar, por diez inmensas horas, que la vida le estalla.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Domingo

Domingo. El domingo guarda cierta melancolía que a cierta gente le encanta experimentar. Otros directamente se jactan de su depresión y de cualquier manera caen en la trampa. Domingo. Es como si de las calles brotara un gas invisible que calara hondo en los corazones de bestias y personas. Domingo, un día como cualquier otro.