sábado, 28 de febrero de 2009

DANILO

Desde que Danilo se vino a vivir al edificio las cosas cambiaron mucho.
Bah! No es que se haya venido a vivir así, de una manera formal.
No.
Apareció el sábado pasado, el día de la tormenta, mojado y muerto de frío, con los pelos parados y temblando, y se instaló nomas, sin pedir permiso y sin anunciarse, en la mismísima entrada.
Y ahí se quedó.
Porque Danilo —cómo ustedes se darán cuenta—vive puertas para afuera, bajo el techito acogedor del balcón del primer piso.
Al principio las señoras le encomendaron a Paco, el portero, que se encargara del asunto. Pero Paco se negó de manera rotunda. Argumentó que esos menesteres no se encuadraban en sus funciones específicas. Después me confesó que le daba pena manguerearlo de lo lindo para que se fuera, como le habían sugerido.
Y encima es mansito, ni siquiera ladra, mire —me dijo, y aprovechó la ocasión para manguearme un cigarrillo.
El problema son las pulgas, vea usted —me explicó la vieja del 3º C, mientras se rascaba a diestra y siniestra.
Creo que la miré con asco, porque me dio vuelta la cara y se fue sin saludar.
Se realizó de urgencia una reunión de consorcio: hubo discursos, discusiones, insultos, risas y hasta alguna lágrima furtiva.
Las viejas terciaron que ni para guardián servía el pobre.
Salí a fumar para despejarme un poco,  y Danilo, desde el piso, me miró con sus ojos aburridos.
—Ladrá —Le ordené
Siguió mirándome, como si nada.
—Ladrá, carajo.
Me ignoró por completo, metió la cabeza entre la cola y se quedó dormido.
Al final la mayoría se apiadó y votó que se quedara.
Le compramos una correa y un collar. Se organizaron turnos para bañarlo, pasearlo y darle de comer. El viernes lo llevamos al veterinario, le pusimos todas las vacunas, le cortamos el pelo y la cogotuda del 9ºA le tiró encima un Carolina Herrera que vale como mil mangos.
Hoy, cuando vino el cartero, se mandó dos o tres ladridos fuertes y el tipo salió corriendo.
También se paró en dos patas para sostrener la puerta cuando salió la vieja del décimo.
Yo me sentí orgulloso, y no supe por qué.
Noté que Paco, el portero, lo empezó a mirar con cierta aprensión.
Me parece que le entró miedo de que lo rajen.

jueves, 26 de febrero de 2009

DESATORMENTANDONOS


A veces un blog limita. Si quiero contar una historia debo andar por sus laberintos, adentrarme en la complejidad de los personajes, darles la carnadura (¡cómo me gusta esa palabra!) que se merecen.

A veces creo que en El Lápiz Porteño sólo puedo realizar pinturas, un recorte de la realidad o la fantasía. Pero siempre un recorte, una porción vana e inútil. Esto me sucede a mí, tal vez porque no puedo permitirme "desalmar" cierta patina de prejuicio frente a ciertas cosas.

Estuve tentado en no publicar este posteo. Pero a la vez es un estado de ánimo que quiero dar a conocer, aunque a nadie le importe. Porque, después de todo, quién carajo es uno en este universo de hechos y contrahechos.

Creo que he querido desahogarme. No sé si es lícito hacerlo aquí. Se supone que uno debe guardar ciertas formas, cierta lógica de blogger.

Hay un disco de Pescado Rabioso que se llamó DESATORMENTANDONOS. Pues bien, spinetteano título, hoy intento que mi tormenta descargue sus rayos cósmicos, su agua eléctrica, y el cielo se abra... ¿para qué?. No sé. Tal vez para volver a nublarse.
la imágen es la del disco de Pescado Rabioso "Desatormentándonos"

martes, 17 de febrero de 2009

LOS POETAS NO SE SUICIDAN

A veces uno está a la espera del milagro. No me refiero a su costado mágico en este caso, aunque la magia existe desde ya, sino no existiría la literatura ni la música ni ninguna de las artes.

Un cuento me está rondando la cabeza por estos días. Una historia que me obsesiona y que es ardua y compleja para plasmar en un papel o en un blog.

Poseo las ganas suficientes, pero carezco de recursos para hacerlo.

Sin embargo lo intento.

Quiero escribir acerca de las últimas jornadas del poeta Federico Fréderes, quien jamás escribió una sola línea, pero que para aquellos que lo conocimos -hablo en sentido figurado, por supuesto, porque tal cosa para un tipo común era harto imposible- representaba el paradigma de que el hombre puede hacer de sí mismo un hecho poético sin haber bosquejado jamás un solo verso.

Cuando Federico decidió pasar a mejor vida por su propia voluntad, yo no contaba treinta años y él los superaba largamente. Yo no era poeta pero, paradojicamente, estaba por largar mi primer libro de poesías: Aguas Servidas.

Digo bien cuando digo que yo no era poeta. Versificaba solamente, pero todos sabemos que eso no hace a un poeta.

Ese pequeño, ingenuo, vanidoso e indulgente engendro de mis días de juventud anda por ahí, muerto de risa, en los anaqueles de mi biblioteca, junto al de otros apellidos muchos más ilustres.

¡Qué desfachatez!

También está en la de algunos buenos amigos y otros desconocidos a los que pido disculpas.

Sin embargo, en el incluí este poema que posteo ahora y que refleja en parte algunas vicisitudes del espíritu atormentado de Federico Fréderes.

En homenaje a esos poetas de verdad, que salen a buscar palabras más allá de sí mismos y no necesitan dejar testimonio de nada ni de nadie.



LOS POETAS NO SE SUICIDAN


Los poetas no se suicidan

se pierden y se encuentran en los astros,

en su pantalla cósmica vigilan

los secretos del verano.


Auguran buen invierno en el invierno

entretejen palabras sin palabras

entre planetas, planetoides y asteroides

y una lágrima mía...


Delirios - delirantes - delirados

solos - fríos - sorprendidos.

Todo lo que vos quieras

y algo más,

pero los poetas no se suicidan


se van...