viernes, 30 de enero de 2009

FACEBOOK (o el viaje al fin de los tiempos)

Desde que su amiga Isabel anda gozando dichosamente los soles del Brasil, An se siente un poco perdida. Deambula a solas por la ciudad sola, mirando vidrieras repletas de vestidos impagables, de zapatos que se subastan al precio de piedras preciosas.
An se aburre aplicadamente, cognitivamente.
Recorre los bares de la placita Cortazar a sabiendas del vacío existencial. Se toma unos chops espumosos con un dejo de ruptura en el alma, con algo que intenta que no se note, pero que se escapa por todos lados.
Ella —igual que todos— es ahora miembro de la comunidad Facebook: la gran romería cuya divinidad está en todos lados y en ninguna parte.
¿Cómo explicarlo?
A ver...
Facebook es un lugar (hay que llamarlo de alguna manera) donde el pasado se superpone con el presente y todo se confunde y ya nada es lo que parece, o lo que debiera ser.
Allí, de golpe, pueden aparecer los amigos de tu infancia para demostrarte —por si hiciera falta— que el tiempo existe verdaderamente y no es una paparruchada de la filosofía.
A través de esa red, An se reencontró con sus antiguas condiscípulas del Misericordia de Belgrano, y organizaron una cena de aquellas y recordaron viejas épocas y fue, de pronto, y sin que ninguna de ellas lo haya premeditado, como si el mundo hubiera regresado a sus orígenes.
Ahora mismo andan chateando, felices de la vida, en esa moderna Babilonia virtual donde nadie sabe quién es quién, pero en la cual todos actúan como si se conocieran de toda la vida.
Yo también -debo admitirlo- pertenezco a la comunidad Facebook, y ahora tengo miedo.
Mucho miedo.
Es que me he dado cuenta de que todos hemos caído en una trampa mortal de la cual no existe escapatoria. En realidad lo descubrí anoche, por culpa de un sueño, y hoy sé que ya no tengo salida.
En el sueño yo me encontraba frente al monitor de la pc, cuando de repente, como emergiendo desde adentro de ese reino vasto y efímero, comenzó a aparecer gente en la pantalla. Eran innumerables como hormigas y trataban de atravesar el vidrio valiéndose de sus brazos y sus piernas. Retrocedí horrorizado. En un momento lograron atravesar la pantalla y adquirieron carnadura propia, penetraron en la sala y caminaron hacia mí.
Me estremecí.
Mi terror se acrecentó cuando me dí cuenta que se trataba de gente muerta. Parecían esos zombies de las películas de Romero: deformes, podridos, vacíos, grotescos, amenazantes. Miles y miles de cadáveres andantes avanzando hacia mí con sus brazos extendidos, con sus muecas torcidas y sus ojos tenebrosos.
Desperté bañado en sudor, en medio de la oscuridad. Y ahí entendí.
Me reí con ganas. Fue como haber alcanzado un nirvana ordinario, una revelación de entre casa.
Me imaginé a mi mismo en el sueño de otro, con mis cuencas vacías, con mi hedor de cadáver ambulante atravesando un monitor cualquiera para poder percibir -en el otro- el mismo desconcierto, el mismo inesperado estupor.
Pensé en los miles de fantasmas que dejamos atrás, y que hemos olvidado y que sin embargo...
Pensé en el fantasma que seré para alguien y todavía no lo sé.
Hoy por la mañana, después del desayuno, abrí mi cuenta de Facebook, vi las fotos de mis casi doscientos amigos virtuales y recordé entonces aquel maravilloso cuento de Borges: EL ALEPH. Imaginé aquel punto fantástico del cuento, donde cabía el universo entero.
Y me dije que hoy, más que nunca, la realidad supera la ficción.

miércoles, 28 de enero de 2009

ESPEJOS ROTOS

La última vez que Sergio visitó la casa de su amiga Geraldina rompió sin querer un espejo de pared. El vidrio se astilló de lado a lado, dejando una fina cicatriz como línea divisoria.
Después de ese episodio nunca más regresó.
A partir de aquel día la amistad de más de veinte años que los unía comenzó a sucumbir, cadenciosa, triste, lenta y empinadamente. Esa amistad, que en un momento parecía indestructible y perfecta, languideció sin sufrimiento alguno, hasta que dejó de existir definitivamente sin que mediaran despedidas, palabras o reproches. Sergio lo lamentó en silencio, no hizo preguntas y no esperó respuestas, tal vez allí estuvo el error.
Lo que sí realizó fue una paradójica, extraña y caprichosa asociación simétrica de hechos. Y en esa relación se remontó al viejo patio de baldosas de su infancia, donde a los seis años rompió el espejo de su bicicleta y supo, en ese momento, como en una ráfaga de pensamiento, que su vida sería la que hoy es y no la que pudo haber sido.
En ambos instantes el espejo roto apareció como gran protagonista, junto a sus anexadas desgracias.
Sergio por mucho tiempo ansió creer (y lo logró) que las cosas se resolvían de una manera mágica y fatal. Creyó ciegamente en el ser predestinado, en el ser atado a su destino. Creyó en la intromisión externa de la mala suerte, en la despiadada maldición de las cosas.
Así se vio un buen día enredado en una maraña de talismanes, en un laberinto de religiones, de dioses que prometen el oro y el moro, de tipos que sangran en sus cruces o que meditan debajo de los árboles y alcanzan una cosa que nadie logra alcanzar.
¡¡Mierda!!
Él hoy me escribió un e-mail y me contó que se levantó temprano y que decidió hacerse cargo de su propia vida. Me contó que se miró en el espejo de su habitación, como si lo hiciera por primera vez, y que se causó gracia. Y dijo también que algo se rompió, no en el espejo sino dentro suyo. Algo se desató. Algo que no sabe, o no puede, o no quiere explicar.
Comprendió que aquella amistad con Geraldina estaba rota mucho antes de la rotura del espejo. Años antes, siglos antes. Siglos de palabras mudas o dichas a destiempo.
También comprendió que la vida da revancha siempre, y que cada acto, cada abrazo, cada llanto y cada camino que se emprende es una nueva oportunidad para elegir.
Sergio me contó que mientras escribía el e-mail tenía varias pestañas abiertas en la compu, y que quería cerrarlas a todas de una buena vez, porque tanta sobrecarga le jodía.
Me dijo también que deseaba abrir una sola página que estuviera en blanco, que quería tomarse todo el tiempo del mundo, toda la aplicación necesaria para poder escribir el presente y vislumbrar el futuro.
Ojalá pueda hacerlo, porque el pibe se lo merece.
La imagen es de ruidocreativo.blogspot.com

sábado, 24 de enero de 2009

DELIVERY

Aquellos que manifestaron alguna vez que el Gordo Lomes tenía más panza que cerebro se equivocaron de cabo a rabo.
Si no me creen, mírenlo ahora. Dense una vueltita por su nuevo piso sobre Alicia Moreau de Justo, con generosos ventanales hacia al río, donde el Gordo montó sus oficinas.
Como yo tampoco podía aceptar semejante prodigio así nomás, emulé a Tomás, el apóstol, y dije: "Ver para creer". Entonces desafié el intenso calor de Buenos Aires y me lo fui a ver el viernes a última hora. Un guardia de seguridad me franqueó la entrada al edificio y me indicó que tocara el número catorce de los múltiples botones del ascensor. Cuando descendí, detrás de la puerta me recibió una secretaria cuarentona, de pelo rojo y de mirada ámbar, de minifalda de cuero negro y piernas vertiginosas. Enseguida me anunció. Esperé unos minutos y luego apareció el Gordo, luciendo una camisa floreada, moviendo a sus anchas el voluminoso abdomen, abriendo los brazos con un vaso de whisky en una de sus manos. Apareció cargado de anillos, cargado de pulseras, cargado de colgantes que brillaban ante el último sol de la tarde adormecida.
Lo miré. El Gordo se había convertido en la personificación exacta de la grasada, en el arquetipo platónico del gangster de película.
Me abrazó con fuerza descomunal, a los gritos, tirándome a la cara un aliento a alcohol berreta que me hizo pensar que era verdad aquello que dice que la guita no cambia a las personas.
Luego me hizo pasar a su despacho.
Conversamos. Conversamos largo y el Gordo transpiraba a chorros, a pesar de que el aire estaba puesto al máximo. Detrás de su enorme corpachón, a través de los vidrios herméticos, el río se dilataba hacia un horizonte imaginario donde el sol se escondía.
El gordo puso un delivery.
Me explicó.
"Yo te mando un catálogo y vos elegís, ¿entendés?. Es gente culta, estudiantes universitarios, futuros profesionales. Les garpo bien, yo gano bien, y todos contentos".
Mientras él hablaba yo escrutaba la imponente oficina: El escritorio enorme, la notebook última generación, las pinturas falsas en la pared, el bar bien surtido. Enseguida recordé cuando lo conocí: Atendía el teléfono en una pizzería del barrio y era el porterucho de un cabarute de mala muerte de la avenida Pueyrredón.
"Trabajamos mucho con hoteles, más que nada con turistas extranjeros, lo que pidas, ¿entendés?.
Entendía. Lo entendía muy bien. Entendía la notebook, el Río de la Plata de fondo, el pequeño barcito junto al escritorio y pensé que la perseverancia y el tesón eran los más potentes de todos los dones.
Decidí irme, me empecé a sentir mal; pensé que era el calor, o el aire acondicionado, no sabía. El Gordo se puso de pie y me abrazó otra vez, pero yo estaba mareado. Cuando me dispuse a salir me tiró la última frase: "Nene, cuando quieras un servicio llamá, para vos es en pesos".
Me reí sin ganas y cerré la puerta.
La imagen es un fotograma del film Scarface

jueves, 22 de enero de 2009

LA ULTIMA NOCHE

No estaba seguro de escribir este posteo.
Tal vez era mejor contar alguna otra historia, una pequeña anécdota de esas que suceden todo el tiempo en esta ciudad; o no contar absolutamente nada, llamarse a un ascético silencio.
Quizá también hubiese podido narrar alguna desventura de las amigas de An. Pero esas chicas hoy están bronceándose al sol de este enero calcinante, muy lejos de aquí, lejos del embotamiento húmedo de esta jodida y querida Buenos Aires, tan ajena en estos días.
No.
El humor se me trastocó; decidí ordenar mis cosas y esta vieja poesía apareció de golpe entre mis cajones repletos de papeles. Fue como un golpe bajo, un directo de esos que no se pueden esquivar. De pronto me vi transportado de vuelta al bar donde la escribí, hace ya muchos años. Era invierno, frío y nebuloso, o ahora así pretendo que fue. Era un cortado con aquellos viejos terrones de azúcar que hoy ya no existen más. La servilletita tenía alguna publicidad estúpida y el nombre del café en letras rojas: "Reddón". Y Janis Joplin sonaba en alguna radio, con voz desgarrada y triste, como estaba yo.

LA ÚLTIMA NOCHE (María)

Era de espesa noche.
Lila de su mirada era de puerca sombra,
y aunque no sucedía
también adivinaba un crepúsculo negro
no tan lejos de ella, y no tan lejos.
Tantas canciones acariciadas,
tanta caricia en el espejo,
en el sueño que debajo y
ante todo, como otro sueño dentro
de otro sueño, reiría.
Era de espesa luna.
Húmedas las mejillas.
Sus mejillas tan blancas y tan húmedas
que el hechizado tiempo
no apartaba sus horas ni sus musas.
Era tan de repente,
tan imposible era que no era.
Libre de manos, libre.
A veces refugiada de voces,
a veces encerrada en augurios de peligros,
flecha rota y fugaz,
zarza que ardía,
era de franca noche bajo la noche franca.
Y se olvidó de tantos espejismos,
de tantas elegías solitarias,
de tantas risas inconclusas.
¡Pobrecita, María! desnuda,
quién diría después de tantos corazones
y bufandas,
luego de tanta llama quién diría,
María, tan desnuda,
envuelta en su mortaja.

sábado, 17 de enero de 2009

TE REÍAS

La risa es terapéutica, afrodisíaca y catártica. Reírse genera el flujo de endorfinas. La risa es propicia para el buen vivir, como el vino y otros deleites.
La risa del otro me estimula y me contagia.
Y la risa también es pasional, aunque muchos no lo crean así.
Tengo grandes recuerdos en donde la risa fue caudal y camino, encuentro y cercanía.
Reírse es fundamental. Nos hace olvidar el destino último de toda vida y nos enseña que lo importante es el sendero, la aventura, y la intensidad del transcurso.
Para aquellos que desafían a la muerte con una buena sonrisa o con una estruendosa carcajada, va dedicado este poema.
TE REÍAS

Te reías
mientras las persianas izaban
un refugio fingido
te reías no
era mueca de asombro era
pura risa de eso que el destino
no sabe
musicalidad y espanto
pero también desapego y magia
desdén de la propia pureza
te
reías y era como un infinito dios
resucitando
era como tu risa en
los mercados al caer la tarde o
como las esquinas de la calle Corrientes
esquivando soles o
herrando la piel de los hombres que
te amamos
te reías pero detrás
siempre con un velo de asombro en los
ojos
yo evocaba tu risa que era como
una navidad infinita
tu risa como múltiples
regalos de fiesta
como cohetes en una
noche inmensa
como un festival de sombras
tu risa se me iba desesperando
iba
horadando los recuerdos de otras vidas
otras risas
con los ayeres
con los rezos inútiles de los
niños hambrientos a la salida del Abasto
vos te reías vertiginosa
te reías con palabras ensangrentadas
con balazos que mataban
la locura
te reías con el cuerpo
con la carne
asándose en el horno
con el vino que golpea el alma de
los hombres
te reías de espanto de
piedad
en las puertas mismas del olvido y de
la muerte.

miércoles, 14 de enero de 2009

XX ( Lucy in the sky with diamonds )

Estoy preocupado, XX está deprimido.
Y escribo XX porque no soy lo suficientemente valiente como para contar esta historia con su nombre real.
Es que XX es uno de esos pocos tipos que alzando o bajando el pulgar de su mano pueden hacer que el país crezca o se derrumbe, que todas las acciones de la Bolsa alcancen el cielo o se precipiten al mismísimo infierno. Él puede lograr, sin moverse de su escritorio, que las cifras de pobreza e indigencia trepen a lo alto en un solo día o desciendan vertiginosamente como por un tobogán.
Y precisamente que un tipo como XX esté deprimido no es bueno; para nada bueno.
Es que su novia, Lucy, acaba de dejarlo.
Actualmente XX está parando en un piso del Hilton, en Puerto Madero. Suspendió sus vacaciones para salvar un negocio multimillonario que se caía y voló directamente desde Punta a Buenos Aires.
El negocio finalmente palmó, por todo este embrollo de la crisis mundial, y el bueno de XX entró en cólera y la presión le subió hasta las nubes y se sabe que a cierta edad y ante ciertos acontecimientos, algunos estados de ánimo no contribuyen para nada en los avatares del amor.
Lucy lo acompañó todo este tiempo, a desgano, pero lo acompañó.
Se la podía ver despatarrada en el lobby del hotel, calzando sus Ray-Ban, aburridísima con su gin-tonic con hielo, ansiando volver al sol de Punta y los paseos por Gorlero.
Dos noches después de que el negocio capotara, XX se tomó toneladas de viagra y una botella de champán, pero nada de lo que esperaba sucedió. Y cuentan los empleados del hotel que los gritos asustaron tanto a los otros pasajeros que aunque no era lo deseable tuvo que intervenir la policía.
Dicen que a Lucy la sacaron con algunos moretones en los brazos y un ojo cerrado totalmente. Dicen, también, que igual retornó al otro día, del brazo de su madre. Hizo el bolso y se fue definitivamente.
Si XX no fuera quien es -y yo no sería tan cobarde- uno podría publicar su nombre verdadero y contar que fue patético verlo en uno de los pasillos, totalmente borracho, en calzoncillos, llorando como un chico y suplicando de rodillas a la pobre Lucy que no lo abandonara.
Cuentan que ella lo miró con pena, se mordió el extremo de los labios, pero igual se marchó para siempre.
Ahora XX carga una depresión de puta madre y no hay nada ni nadie que lo consuele.
Yo espero con ansias verdaderas que esta depresión se le pase, o que Lucy vuelva y lo perdone de una vez.
Lo espero sinceramente, por el bien de todos nosotros.

sábado, 10 de enero de 2009

MARÍA

Esta poesía no la escribí en el "Arrufat", sino en el bar Tortoni, minutos antes de que comenzara la función de Alejandro Dolina, hace más de diez años.
Corrían los 90 y estábamos el Flaco Jara, Hernan Onesti, El Negro Gomez y la única dama del grupo: Gladys Rando.
Recuerdo que la estábamos pasando realmente bien y estábamos contentos. Pedimos unas ginebritas y de golpe empezamos a hablar de mujeres. Alguien de los presentes comenzó a decir cosas acerca del amor y el porrón de barro comenzó a perder su contenido.
Gladys se aburrió y se fue con el Negro. Hernan partió, quién sabe a dónde. Entonces el Flaco y yo hicimos un silencio largo y algo parecido a la melancolía nos ganó, no sé por qué, no sé en qué momento sucedió, pero quedamos vacíos por dentro y no pudimos seguir hablando. Luego el Flaco saludó con su mano y se fue; ninguno entró a ver a Dolina, no pudimos.
Yo me quedé en el bar hasta la madrugada y en uno de los mantelitos de papel escribí la poesía que hoy comparto con ustedes en este post.
No diré quien era María, sólo diré que hoy ya no existe. Desde aquel día se convirtió en emblema, símbolo y síntesis de esa mujer que los hombres buscan y no pueden hallar.
Ojalá que el poema devele el camino que conduzca al misterio.
MARÍA

María o la cadencia
del tiempo yéndose
profanada bestial
mujer aunque ya no
la crean los crepúsculos
que amé con ella
era sal toda trueno
dormida lacerante
de indómita pasión se hundía en
el desgano
abandonaba su
canción en la mitad del verso
María o la ajena de las
multitudes
hacedora de destinos
toda tetas toda piernas y perfume
y borrachera
toda adiós y anocheceres
cuando en su mirada recolectaba días
a mi lado
toda tiempo toda luna y era
como su eje con el mundo al expandirse
María o la epopeya de los brazos en la
noche
toda ardiendo toda fuego con su
danza y sus ases en el puño
ella sabía de memoria el sortilegio
el oscuro recorrer
de la boca y los roces
toda ansia
toda sueño
María o los silencios depositados
en cajitas musicales
María o el horror de
evaporarse en fogatas nocturnas
haciéndole
el amor a las estrellas
María o el retrato de María y su
pelo en mi memoria como una
huella para siem
pre.


jueves, 8 de enero de 2009

¡ POBRE RITA !

Pobre Rita.
Rita Paredes, amiga de An, cree que con un toque de ese maquillaje que compra en sus escapadas al Alto, que con ese botox con que infla sus pómulos, que con esos pechos que pagó con el rojo de su cuenta bancaria, va a poder escapar a la muerte. Pobre Rita, porque yo creo que lo cree en serio, y cuando sonríe con ese gesto de Mona Lisa a punto de llorar, uno no puede dejar de comprenderla.
Pobre Rita. Alguno de nosotros debería decirle la verdad de una buena vez, decirle que la muerte es la más turra de todas, que a esa hija de mil putas nada ni nadie se le escapa porque lleva la cuenta de todas nuestras vidas, y hay quien dice que hurga debajo de los peluquines, que arranca las placas de los maquillajes, que hace estallar siliconas por los aires y que descubre arrugas en lugares imposibles.
Hay que avisarle entonces a Rita que no imagine nunca más una cuenta contra reloj, que si no va a estar bien jodida y requetejodida. Hay que decirle de una vez por todas que por más que ella use la ropa de su hija, haga dietas imposibles y corra todas las mañanas sobre la cinta que oculta en la salita de estar, la muerte escruta hasta su propia sombra, la tiene muy en cuenta, la anota en su libretita cotidiana, la espía cuando se mira en el espejo.
Pero An me dice ahora que no. An me dice que no me preocupe por nada, que Rita se conoce de memoria todo ese jodido tema de la muerte, que lo único que ella quiere es que no se note el bichito del tiempo en la piel, que no se le apergamine la mirada. Lo único que Rita quiere es que asomada a los abismos de los espejos el horror quede desterrado para siempre, que una sombra apenas de lo que fue permanezca en algunos de sus rasgos. Y An también me dice ahora mismo que Rita no ansía estatismos ni inmortalidades. Simplemente pretende que la imagen engañe el peso del destino y así poder levantarse cada día, con un pasado cada vez más lejano, cada vez más añejo, más profundamente descartable.
La imagen es de Nirali.

martes, 6 de enero de 2009

IMPOSIBLE SIRENA

En la mitología griega se cuenta que frente a la Isla de Sorrento habitaban las sirenas. Como se sabe eran seres con torso de mujer y cuerpo de ave (no de pez) y uno de sus principales atributos era la mágica belleza de su música. Se dice que se dedicaban a esperar el paso de los barcos y con su dulce canción embriagaban a los marinos que enloquecían de inmediato, se arrojaban al agua y perdían el control de sus embarcaciones que solían estrellarse contra los acantilados.
Era tal la fama del singular canto de las sirenas que dos famosos héroes decidieron enfrentarlas de manera diferente
En la leyenda de Jason se dice que Orfeo, cuyo voz poseía una belleza especial, cantó mucho más dulce que las sirenas y así salvó del embrujo a los Argonautas, que era el nombre que llevaban los tripulantes de aquellas embarcaciones en honor a la principal de ellas: Argo. Y en La Odisea se cuenta que Ulises ordenó a la tripulación de sus naves taparse los oídos con cera para evitar las conocidas consecuencias. Él, en cambio, se hizo atar al mástil mayor para escuchar el maravilloso canto.
A propósito de todo esto, quiero compartir con ustedes La siguiente poesía que tiene inspiración en estos mitos, pero es transportada a sensaciones del presente.
Ojalá les guste.
IMPOSIBLE SIRENA
Era imposible no mirar otra cosa
tus ojos un velero en la alta mar
de la tarde que se enciende
era imposible y cómo hacías
para enmudecer en la
roca antiquísima de esos sueños
recolectados en alcancías
sin embargo tu boca
el aliento prófugo de tu boca y
mi boca y el viento como un
náufrago doliente de la tarde
la brújula con qué los cuerpos
tuyo y mío buscaban la
isla perdida de los besos
era imposible pero ahí estabas
arremolinada de olas y espuma
ahí en la desesperación de
hallar tierra firme
otra isla donde encontranos
desérticos de nosotros mismos
ahí el galope de la espuma
era imposible no enamorarme
sirena no verte con ojos de
dulce Orfeo o atado a los
mástiles de las naves de Ulíses
cantando las estrofas del amor
era imposible digo
tu cuerpo contra el mío mientras
la mar nos acunaba

sábado, 3 de enero de 2009

LUNA DE MIEL (Mar y Mar)

El amor surge en circunstancias y lugares que ninguno imagina, eso lo sabemos todos. El amor se manifiesta en sitios insólitos, inverosímiles a veces, lejanos, tardíos, cercanos, sugestivos. Puede aparecer en un café, en la panadería, en el colectivo, a la vuelta de casa, en el taxi. Y no es que quiera entrar ahora en una zona donde la cursilería encuentra siempre un terreno propicio para realizarse. Lo que pasa es que para contar lo que quiero contar se me bifurca el borde real del asunto, y se me aparece un campo de sensaciones extrañas, donde todo parece tocar un quiebre máximo.
Intentemoslo.
Marcela no imaginó, no creyó, no intuyó, no pensó nunca en su puta vida que del boliche AMERI-K, donde acudió invitada por su amiga Bea, iba a salir convertida en una persona distinta. Su amiga Bea es extrovertida, lesbiana, hinchapelotas y habitué del lugar. Y Marcela proclamó desde siempre que respeta todas las libertades, incluidas las sexuales, pero que a ella no la jodan.
Marcela y Bea comparten pocas cosas, pero todas muy significativas: un local de ropa que montaron en la zona de Palermo Soho, el gusto por la comida japonesa y la salida a algún boliche de esos que a Bea la vuelven loca.
Alguna vez, apenas se conocieron, Bea le tiró onda, cuando Mar (así la llaman) era todavía soltera. Mar se sonrió, se disculpó. Le dijo que estaba todo bien, pero que no. Volvió a disculparse y le propuso ser amigas. Desde entonces son casi inseparables.
Después Marcela se puso de novia, se casó con un productor televisivo y se separó y se volvió a casar y se volvió a separar y tiene un hijo de once años, Fabricio, que es la luz de sus ojos y de quien Bea es la madrina.
Todas las mañanas lo lleva al colegio y su empleada lo retira por la tarde. Por las noches hacen juntos los deberes y Mar se queda despierta hasta muy entrada la noche diseñando los modelitos que después venderá en su local.
Pero Marcela no pensó jamás que una vez que saliera de AMERI-K sería otra.
Ella asistió para hacerle la gamba a Bea, que enloquece por ese lugar y por otros. Y se propuso beber alguna copa, hacerle compañía, estar un rato, inventar cualquier excusa y después irse. Entró a desgano, se dirigió a la barra, se sentó en una banqueta y pidió un margarita.
La barwoman era una morocha alta, de ojazos negros y rasgos delicados, que movía sus brazos con la pericia de un malabarista y preparaba unos tragos que te depositaban directamente en el infierno. Se llamaba Marcia y le decían Mar, como a ella.
Bea desapareció enseguida, y Marcela se acodó en la barra y charló y bebió y los margaritas se fueron esfumando uno tras otro.
Siguió bebiendo y siguió charlando y también se rió, se rió mucho, se rió como hacía tiempo que no se reía, plena de libertad, pletórica de euforia.
Y después también lloró un poco. Lloró sabiendo que detrás de la risa siempre aparece ese fondo amargo. Entonces Marcia dio la vuelta a la barra y caminó entre la gente y la abrazó muy fuerte, de frente, y le besó el pelo, le enjugó las lágrimas y le dijo al oído palabras que ella nunca antes había escuchado.
Y Marcela se dejó hacer, se dejó acariciar, se dejó llevar por el aire dulzón del momento, por el mareo de los margaritas, por la realidad que estaba abandonando su eje cotidiano. Entonces algo las envolvió a las dos, de repente. Algo nuevo, inexplicable, algo que estaba más allá de ellas mismas y que no se podía describir. Algo que sin embargo las transportó a otra dimensión, a un sitio recóndito en donde las almas ya eran una sola: Mar y Mar.
Mar y Mar, exactamente eso. Como dos océanos que se encuentran en un punto de encaje y se funden para siempre.
A los pocos días se fueron a vivir juntas.
Marcela se volvió a casar, pero esta vez sin papeles, por supuesto.
Mar y Mar están juntas y felices, pero el padre de Fabricio reclama la tenencia al juez y pone cómo excusa el ambiente de inmoralidad en el que está creciendo el chico.
El padre de Fabricio, el productor televisivo, tiene amplias posibilidades de ganar y salirse con la suya, pues posee influencias políticas importantes y además cierta gente de los medios le debe algunos favores. Favores de esos que, tarde o temprano, uno debe pagar sí o sí.
Pero Mar y Mar en este momento ni piensan en eso. Cuando termine Enero y llegue el final de la feria judicial se ocuparán del tema. Hoy no. Hoy están las dos tiradas en la arena blanca de Buzios, bajo el candente sol, disfrutando de una especie de luna de miel.
la imagen es de ALEXANDROS. ALTERVISTA

jueves, 1 de enero de 2009

SERVILLETAS DE CAFE

Aquí, mechadas entre las historias, irán las poesías de "Servilletas de café".
Todo escrito en bares, allá lejos y hace tiempo, cuando cada noche, con un cigarrillo y una ginebrita, intentaba rescatar, en una mesa del café "Arrufat", lo inasible del universo propio.
he muerto tantas vidas
todas mías
he sido como látigo
de fuego
he yacido mañanas o noches
espejos
una forma en mi rostro
he resucitado de muertes
como un amanecer gigante
recorrí días de pereza y ocaso
aquí estoy
recién nacido de la muerte
a la espera del deseo y el alba
aquí estoy
fugitivo del destino
prisionero hasta nunca
ataviado del plumaje de los
ruiseñores que cantan en mi espejo
soy ese que se ha rebelado
y vuelve con su máscara rota
a esta farsa del devenir de los días