Carla, una de las tantas amigas de An, está, como tantas amigas de An, podrida en guita. Pero eso le genera algo de culpa. Su papá tiene acciones aquí y allá y renta departamentos en Puerto Madero.
Carla siente culpa por su Porsche descapotable, por su cabellera rubia natural, porque cada fin de semana no se decide por el Country de Tortugas o su campo en San Pedro; siente culpa por los quinientos dólares mensuales que le valieron su licenciatura en la Facultad de Belgrano. Pero sobre todo Carla siente culpa por sus zapatos: Ella tiene una de las colecciones más caras y numerosas de toda Buenos Aires. Por eso ella se levanta todos los días a las ocho de la mañana, se mete en un taxi de confianza y se va a algún barrio carenciado de Capital Federal.
Carla hace trabajo voluntario. Le lee cuentos a los niños en los comedores escolares.
Todo esto empezó hace un año atrás. Ella estaba muerta de miedo y de curiosidad, cargó una decena de libros en su Porsche descapotable, una bolsa de mercadería no perecedera, empuñó el volante y partió hacia la villa 21 de Barracas, donde debía completar su residencia. Apenas estacionó su auto sobre la calle de tierra comprendió que venir en él había sido un grave error . Sintió miradas que se clavaban en su nuca, y en otras partes. Miradas descaradas y curiosas. Ya era tarde. Llegó al lugar, un lugar limpio, repleto de mesas y de sillas y con una enorme cocina. La hicieron esperar, le acercaron un vaso de agua. Se sentó en el piso en el medio del salón y una veintena de chicos la rodeó. Estaba nerviosa. Saludó, se presentó, leyó y escuchó. Sobre todo escuchó. Abrazó y se dejó abrazar por esos pibes que la miraban como a una reina de cuento. Ella leyó y todos escucharon y preguntaron y se rieron. Al final de la jornada una nena le pidió un beso. Carla nunca antes en la vida se había sentido tan feliz.
Al salir el corazón le explotaba en el pecho. Estaba exultante y dichosa. Llegó a donde había dejado el Porsche. Tres pibes lo rodeaban y lo miraban como si fuera una nave espacial. Uno le dijo: -"Doña, se lo estábamos cuidando, eh". Ella les sonrió, buscó las llaves y se fue.
Hoy ese comedor está por cerrar y los maestros están en plan de lucha para que esto no ocurra. Carla está con ellos, con su vincha de la CTA y su cabellera rubia natural. Ella pidió a su papá que mueva alguna influencia, pero no se puede, o no se quiere.
Carla está dispuesta a todo, incluso a resistir hasta las últimas consecuencias.
4 comentarios:
Carla es un "bombero" mas en esta gran ciudad, que como muchos otros seres anónimos, apagan los incendios "sociales", que son una verguenza y que para muchos son cosas que suceden en otro país.
Magah
Magah: es totalmente así: conozco a mucha gente que lucha todos los días para que este sea un país mejor. Sin bombos ni platillos expresan su deseo de que todo cambie con acciones. Los admiro y en lo que puedo los imito. La mayoría lee o cuenta cuentos en comedores escolares de capital y Gran Buenos Aires. En homenaje a ellos fue este post.
Sergio
El término "bombero" está registrado...jem. Magah es también una bombera. La culpa no es de ellos, si algún día puedo, no vamos a gastar el dinero es manipular el tipo de cambio, en subvencionar las tarifas residenciales, el combustible, el transporte, las perdidas de empresas estatales. Le vamos a dar todo el dinero necesario para que "los bomberos" sea factores de cambo social.
Brindo por Magah, y por todos lo que por dinero, culpa, ó lo que sea, estarán listos para salir a levantar esta sociedad cuando los dirigentes dejemos de hacer demagogia y empecemos a tomar decisiones...
Está bueno, Ricardo. Seguramente será así. Con capacidad y honestidad las cosas se puden lograr y cambiar.
Sergio
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