Encontrarme con Felipe siempre es una fiesta. Por eso cuando me propuso encontrarnos y que yo eligiera el lugar, no dudé un instante en proponerle el BAR X. Un bar muy preciado por mí, al que concurro asiduamente y en el cual me conoce todo el mundo.
Felipe posee una alegría innata, contagiosa. Por esa razón, llegada la hora del encuentro, mi corazón se exaltó, sabiendo de ante mano que podría gozar de su buen humor por un par de horas.
Felipe es de esos tipos que te hacen reír en cualquier lado y en circunstancias imposibles.
Llegué cinco minutos después de la hora señalada y mi amigo ya estaba ahí, frente a una botella de Quilmes imperial. Algo me llamó la atención en ese momento, pero no supe qué.
Al acercarme a la mesa quise abrazarlo y darle un beso, que es como nos saludamos desde siempre. Me detuvo con un gesto. Me senté, turbado por la situación. Su cara denotaba un extraño rictus; no era el mismo tipo de siempre.
Luego hablo:
- Lo sé todo, te estás viendo con Elena.
- ¿ Qué, qué ?
- Alguien los vio, pero quiero que vos me lo confirmes.
- Alguien los vio, pero quiero que vos me lo confirmes.
Miré sus manos, crispadas, sus ojos sombríos. Elena y yo fuimos novios en la adolescencia y ahora era la esposa de Felipe. Obviamente esto había ocurrido hacía ya mucho tiempo y él lo sabía bien. Pero es verdad también que hace poco nos cruzamos en el microcentro de casualidad y la invité a tomar un café.
- Estás loco, Felipe, vos sos mi amigo...
- ¿Es verdad o no?.
-Noooo
Ahí nomás se paró y gritó que alguien nos había visto juntos en un bar y después en la puerta de un telo de Reconquista y Córdoba.
En ese momento recordé el encuentro y el bar y maldije al cretino que me vio e imaginó o inventó otra historia.
-¡Es verdad, guacho! - gritó Felipe exaltado, fuera de sí, mientras el mozo se interponía en su camino y varios parroquianos miraban con estupor. Corrió la mesa de golpe, tiró las sillas al piso y me invitó a pelear ahí mismo. Ya Marcelo, el encargado del boliche, nos invitaba cordialmente a abandonar el local a cambio de no llamar a la policía. Yo estaba rojo de vergüenza.
En la puerta me dispuse a todo, a pelear si era necesario y si mi amigo no quería entrar en razones. Después habría tiempo de explicarlo todo.
Felipe avanzó con los brazos extendidos y me abrazó riéndose. No entendía absolutamente nada.
Me dijo que Elena le había contado de nuestro encuentro y que no se le ocurrió hacerme una broma mejor que esa para castigarme por haber propuesto ese boliche de mala muerte para nuestro encuentro. "Ahí no podés volver nunca más", dijo entre risas.
Yo lo miré de arriba a abajo y sólo pude atinar a decir lo que cualquier humano bien nacido debe expresar en un momento como ese:
-Hijo de Puta.
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