miércoles, 25 de noviembre de 2009

MONEDAS, SOLO MONEDAS...


La noche no me absuelve de mis pesadillas diurnas.
La noche: otro coctel delirante y opresivo.
Llueve.
Podría hacer de mí un ser extraordinario
o un poeta de la circunstancia.
Pedazos.
Nada más que eso entre el deseo y el nudo.
Sólo trozos y circunstancia.
Y todo esto para contar que ayer volvía de un café de la calle Charcas, mareado por el sueño —y el tequila—, y un pibe me pidió una moneda.
El pendejo era mayor que el tamaño de su cuerpo, pero la desnutrición había hecho bien su trabajo.
Pensé en el Zahir borgeano. Imaginé un universo de chelines antiguos. Un botín en una isla desierta. Un cofre de doblones de oro.
Nada.
Nada que hacer con un pibe que pide monedas, que se fumará un paco que él llamará con otro nombre, el nombre verdadero, el nombre cruel e inequívoco, porque la palabra paco es para Crónica TV y para la vieja que busca precios bajos en las góndolas de Coto.
Llueve.
La calle se moja de aquello que el cielo no resiste atesorar.
Lágrimas de níquel sobre los adoquines brillantes.
Podría estar así, con el tiempo rodando de canto, en un cara y seca ficticio, pero revelador.
Podría ser el pan de tu mesa, o ese sueño que se arroja hacia arriba girando y girando y que nos arrebatará la suerte, según como caiga.
—Si te doy un peso, ¿qué vas a comprarte?
Me siento mentiroso. Hipócrita. Triste.
Siento la vejez sacudiendo mis sentimientos.
Veinte años atrás me hubiese sentado con él, a tomarnos un vinito, o a fumarnos esa cosa que tiene otro nombre.
Rebusco en mis bolsillos, boletos viejos, un ticket de tienda, un papelito con un número de teléfono, monedas, monedas...
No resisto la tentación de mirar esos ojos, no puedo apartar la mirada de esa mano que puede meter caño, púa, o, simplemente, pedir una moneda.
La noche se despeja. Algo de viento sopla y las nubes son Titanics que naufragan a contraviento.
El pibe se va.
Me apresuro por esos caminos de Dios. Abandono el cordón de la vereda y me siento a bordear mis pensamientos.
Escribo.
Desahogo esas lágrimas que ya no verteré.
Cuando el sol vuelva a salir, cuando la ciudad deslagañe sus ojos perezosos, yo sabré qué hacer con mi moneda.

7 comentarios:

Jorge Juan Morante dijo...

Un cuento que me parece algo triste.

Te sigo desde PTB,

Jorge Juan

Terry dijo...

Hay talento, sí señor! :)

Te devuelvo la visita. Repetiré.

Saludos desde la comunidad PTB ;)

Sergio Bonomo dijo...

GRACIAS POR LLEGARSE HASTA AQUÍ.
UN ABRAZO!!!

Siil dijo...

Me suele ocurrir que me veo dibujada en muchos de los textos... en algunos, en sólo unos pasajes; en otros, en los sentimientos que emanan de esa escritura precisa para definir imágenes bien definidas......
Siento nostalgia de esos cafés que no conozco pero a los que concurriría para perderme en sus olores, esconderme en una mesa y dejarme abandonar por un sinfin de palabras...

Siil dijo...

definir imágenes bien definidas jaja... no lo leí... sólo me salió así... que se perdone por favor la repetición porque yo no lo hago! ajajaja

Anónimo dijo...

Se me ha hecho un nudo en la garganta. Felicidades por el relato.

Cahokia Wichita

Sergio Bonomo dijo...

Jorge: Guarda la tristeza del desamparo de esta ciudad.
Terry: Gracias
Sill: Me gustó tu mirada. En la descripción de los cafés que no conocés, estan esos cafés. Buenos Aires no es más que una larga ausencia.
Cahokia: Gracias, nos vemos en la pupila. ¡Me encanta cómo escribís!