lunes, 21 de junio de 2010

OFRENDA

¿Y si después de morir no hay nada más?
No preguntes, Porteño, la respuesta es tan obvia que da vértigo.
El Porteño más porteño de todos se ríe. Observa el folleto: "Tú puedes salvar tu vida, entrega tu corazón al Señor"
Y si después de morir...
No. ¿Para qué? Hacerse esa pregunta es trampear al destino, pedirle peras al olmo, como dice el refrán popular.
Pero si después...
La ginebra arde en la garganta como un suspiro de invierno. En el café motea la nieve de la incertidumbre.
Yo también —le digo al Porteño— a menudo tengo la sospecha de que algo sucederá. Como ese pibe, también ando a veces a la búsqueda de un sentido.
El porteño lo mira con sorna.
El muchacho—Biblia en mano— vocifera un catalogo de atrocidades, de vicios y depresiones del que huyó entregando su corazón...
Y se salvó.
Se salvó porque entregó su corazón.
Abrirse el pecho, Porteño, agarrar así, un cuchillo, y descuajarse el corazón y ponerlo a latir ahí, sobre la mesa del Arrufat.
¿Ves? No cuesta tanto. Un tajito, un chorrito de sangre que mancha el piso del boliche. Nada del otro mundo.
El Porteño se queda mirando ese amasijo informe que late sobre la mesa. El chorro de sangre salpicó las paredes del bar, las mesas linderas, que por suerte están vacías.
Angelito, el más viejo de los mozos, me increpa, pregunta si me volví loco.
Me insta a que saque esa porquería de la mesa y me la vuelva a meter dentro del pecho, donde corresponde, o me va a echar a patadas.
Le hago un corte de manga.
Levanto el corazón con mi mano izquierda, chorrea a mares, pero late constante, fuerte y decidido.
Se lo exhibo al muchacho de la Biblia, como una ofrenda.
—¿Está bien así, amigo?
El pibe se tapa la boca para no vomitar. Opta por irse.
No muchacho, en este bar la condenación eterna no se subasta. Aquí, hasta el más despabilado asume su infierno.
"Tú puedes salvar tu vida" .
Con algunos folletos envuelvo el corazón y lo coloco otra vez sobre la mesa.
Angelito viene de mala gana. Trae un balde, un trapo, y detergente.
El Porteño se ríe.
Termino mi ginebra, me paro, me coloco el sobretodo y lo saludo apenas con un gesto.
—¡Che, qué carajo hago con esto!— me grita Angelito, mientras señala el envoltorio ensangrentado.
Me encojo de hombros.
Salgo a la calle.
El frío arrecia en la noche solitaria.

La imagen fue tomada de http://imagendeamor.blogspot.com/

3 comentarios:

Jorge Juan Morante dijo...

Interesante relato.

Saludos desde PTB,

Jorge Juan

agustina dijo...

GENIAL :D

ANRAFERA dijo...

...barbaro¡ que buen relato. "En el café motea la nieve de la incertidumbre", muy buena frase. Felicitaciones. Un cordial saludo PTB