jueves, 17 de diciembre de 2009

FIESTAS


El primer recuerdo que Sergio tiene de la Navidad se remonta —como en la mayoría de la gente—, hacia aquellos primeros años de infancia. Nos cuenta que en el comedor amplísimo de su casa se servía la mesa suculenta: pollo asado en la parrilla del fondo, tomates rellenos de atún, chivito traído especialmente desde Córdoba.
Tíos, primos, padres y abuelos comían y bebían hasta hartarse, esperando que toquen las doce.
Y las doce tocaban por fin, y comenzaba la verdadera fiesta. Había que buscar en el jardín, y en los jardines de la cuadra, y en el fondo de los patios de las casas vecinas, lo que el Niño Dios había traído para él y los otros chicos.
Sí, el Niño Dios, y no otro. No Papá Noel. No Santa Claus o alguna otra especie de payasote gordo y mercantilista, montador de trineos.
El regalo de Sergio y el de todos podía encontrarse en cualquier parte: en su propio patio o en el patio de al lado. Hallar, debajo de un naranjo, o de un laurel, o escondido en el tumultuoso yuyal del potrero de enfrente, un caja grande con un enorme moño, equivalía a una magia que no tenía empardes.
Sutilmente el Niño Dios había pasado, en silencio, y había depositado los obsequios sin que nadie lo descubriera.
Sergio dice que después creció, y entonces aparecieron los amigos del barrio: los pibes. Y ya la mesa familiar había disminuído de asistentes. Mudanzas, muertes y cuestiones del cotidiano vivir fueron achicando la algarabía, y ensanchando la nostalgia.
Pero aún quedaba la calle y los inofensivos triangulitos comprados en el kiosco de la vuelta. Los rompeportones reventando contra el porche del vecino, y la metralleta en el cordón de la vereda, que hacía un ruido infernal.
Encender la mecha, arrimar el fosforito, y correr, correr sin parar, y después quedarse mirando el chisporroteo fugaz de la magia chiquitita, la posible. Tomar las sobras de las copas de sidra, y emborracharse juntos, con los compinches, apoyadas las espaldas contra los pilares en sombras, sin entender todavía ese sabor de la hermandad temprana, pero aceptándolo con toda la piel y con todos los sentidos.
Y los años pasaron enormes, y los pinos encendidos se quedaron solos, con sus regalos sin abrir, y la mesa con turrones permaneció intacta.
Fue el tiempo y su fatal mecánica—dijeron algunos
Fue el tiempo, pero también fui yo— nos dijo Sergio
Nos dijo también que hubo un 25 de diciembre en que salió a la puerta, y los cohetes no estallaron, y el bullicio del barrio estuvo ausente.
Dijo que ese día partió a la casa de su primera novia, para el brindis. Y que vio las calles demasiado oscuras, y que observó un cielo sin sus antiguas luminarias, sin sus estruendos poderosos.
¿Qué había sucedido?
¿Qué monstruo infame y voraz se había llevado las sonrisas, la mesa repleta, la borrachera compartida, los amigos?
Sergio caminó esa noche, con las manos en los bolsillos. Caminó entre esa tiniebla absurda de aquel raro espejismo. Y de golpe vio, o imaginó, que todo había sido así desde siempre y para siempre, y que era él quién se había transformado en otro.
Entonces algo se le rompió bien adentro. Y aunque iba a ver a su primer amor, y la chica en verdad le gustaba mucho, se sintió triste por primera vez, en una fiesta.

10 comentarios:

Pablo Muñoz dijo...

quizás el monstruo que se llevó todo lo añorado, todo lo bello de esta fiesta, es aquel desagradable y temido monstruo de la nostalgia. Sólo el tiempo puede curar aquel dolor, o simplemente acostumbrarse a que las cosas no serán como antes.

saludos!

Jorge Juan Morante dijo...

A veces es bonito recordar la infancia.

Saludos desde PTB,

Jorge Juan

Fernán González dijo...

Nada como la Navidad inocente de la infancia, con el amor de los padres protegiéndonos como valladar.

¡Feliz Navidad!

Aprendiz dijo...

Yo también recuerdo mi infancia a veces con nostalgia y otras con ganas de que no vuelva jamás. Yo también tuve momentos en Navidad y demás fiestas que no me gustaría que se repitiesen. A veces sucede que cuánto más fiesta más disgustos se dan y este año es un ejemplo de eso mismo. Este año falta un miembro muy importante de mi familia y las navidades ya no serán jamás igual.

Saludos desde PTB y felicidades por tu blog, buen trabajo.

Liluka dijo...

El relato me gustó mucho, me metí en esos lugares de infancia. También me dió frío...

Cariños,
Liliana

Victoria dijo...

Bellomi queridoamigo,yosoy de las que añoro lainfancia con mis abuelos de echo tengo dosblogs dedicados a ellos,..Te deseo un AñoNuevo lleno de ilusiones y de bellos sentimientos como los que transmites en tus escritos..Recibe el cariño de una española..Victoria

Anónimo dijo...

Es cierto! Cuando era chica mis primos y yo esperabamos a las 12 de la noche a que llegara Papá Noel, pero mi papá decía: "falta poco, falta poco para las 12 y llegue el niño Dios..."
Hermoso recuerdo.Gracias!
Te doy un fuerte abrazo:)
Ángela.

Sergio Bonomo dijo...

Segismundo: El tiempo voraz,que lleva a la muerte. Pero que—paradógicamente— nos hace crecer, convertirnos en hombres, proyectar y hacer. El tiempo es vida, también.
abrazo

Jorge: la infancia es lo que nos trajo hasta aquí. Allí comenzó a forjarse aquello que somos
Abrazo.

Fernán: A veces los recuerdos parecen teñidos de irrealidad. Pero allí están y fueron parte nuestra.
Felicidades!!!

Aprendiz: La exigencia de la felicidad lleva a esto. Nos exigimos las alegrías pero ¿qué hacer ante el coloso fatal de la muerte? Nada se puede. Sólo permanecer perplejos, tristes y embroncados ante tal injusticia. Toda muerte es injusta. Toda

Liluka: El frío del ayer, el filo fatal del pasado. Siempre, igual, nos queda el porvenir que, como dice L.A.Spinetta, es mejor

Victoria: Muchas gracias, muchas felicidades, y me estaré dando unas vueltitas por tu blog. Quiero leer lo que escribes. Si tienes blogs dedicados a tus abuelos, ya eso habla de una sensibilidad superior

An: Creo que te conozco. Creo que este año repetimos aquel ritual con nuestra hija y nuestro sobrino. Creo que la magia del jardín y el patio siguen intactas. Vistas desde otro lado, las Navidades permanecen, y el Niño Diós de tu viejo y de tus primos es mi mismo Niño Dios.
Un abrazo grande

ANRAFERA dijo...

Bonito relato. Enhorabuena. Saludos.

Sergio Bonomo dijo...

GRACIAS, ANRAFERA!!!!
SALUDOS.