En el Arrufat te enterás de todo, nada escapa al oído atento de quien quiera escuchar, y cuando el Porteño más porteño de todos me lo contó, no pude menos que soltar la carcajada más sincera.
— Hijo de puta, vos te reís porque no te pasó a vos —me dijo con su mirada más sobradora.
Y entonces sí, ahí nos reímos los dos.
Imaginate —me contó el Porteño— yo tengo experiencia con minas, pero esto nunca, te lo juro...
— Para todo hay una primera vez —le murmuré con sorna— y me volví a reír.
Resulta que el tipo conoció a la minita en esos boliches para gente de más de treinta y cinco. Él la invitó a la barra y se tomó unos cuantos destornilladores, que es lo que beben los hombres de su edad. La mina, cuarentona como él, arrancó con guindado y siguió con margaritas. Pero ya entrada la madrugada se clavó un Séptimo Regimiento tan ochentoso como el halo bizarro que parecía rodear todo el lugar.
Vivía por Almagro, y el porteño la llevó en su Chevrolet 54.
El alcohol exaltó las pasiones, como debe de ser, y el Porteño detuvo el auto en varias esquinas solitarias. Los vidrios se empañaron, un bolerito anacrónico y empalagoso sonó en el estéreo, las manos perdidas en los deleites del amor. Pero nada. Al parecer la minita quería hacer las cosas cómodamente.
—Aquí no, llevame al departamento —le dijo todas esas veces.
Llegaron. La mina vivía en un segundo piso, sin ascensor. Subieron las escalera, y en el rellano el tipo la arrinconó y entonces sucedió una eternidad de besos, de mordiscos, de caricias, de susurros entrecortados. Entraron, les costó un montón meter la llave en la cerradura, y cuando el Porteño más porteño de todos la tomó por detrás y la levantó en sus brazos con las mejores intenciones, ella lo rechazó.
—¿Con quién me confundís? —le dijo
El tipo quedó perplejo unos segundos, la depositó sobre el piso, no entendía, pensó en una broma, en el burbujeo embriagador de los tragos. Pero la mina le pidió que se fuera.
El Porteño más porteño de todos partió de inmediato, montó en su Chevrolet 54, llegó a su casa de Palermo, y se pegó una ducha fría.
Cuando terminó de contarme y de reírnos un buen rato, el tipo me preguntó si yo me animaba a escribir algo sobre el tema.
—No te prometo nada —le mentí.
Apenas se fue, saqué mi Parker y tomé una servilleta.
Espero que les guste.
Él la alzó
no era un sueñola levantó sobre sí
aferrados los muslos de ella entre sus manos
bandera enarbolada con gestos del deseo
para que su perfume penetre el puente de sus besos
y desde arriba
aferrada ella
domada ella por sus manos feroces
lo abrazó y su pelo de miel oscuro sobre
su boca
sobre su cara como un juego
y aquellos pies descalzos y
aquel perfume de súbita dulzura
el sabor de sus pechos en su boca
en ese letargo con duración de eternidad
Él la sostubo
en ese tiempo que no cesa nunca
él la acarició y ella en el abrazo
inclinó su cabeza
se aferró a su misterio
a sus años de seducir continuo
y no pudo o no supo
que aquella sería la
medida y
que el beso final no llegaría
hundida como era
Él la sostuvo un rato
nada más que un momento
y después en el velo cotidiano
aquellas desnudeces poblarían sus sueños
sus encantos
y sería sólo eso
y nada más que eso
la imagen es de redgestoresculturalesvalle.blogspot.com/2008_...
2 comentarios:
muy bueno
me encantó como salio ese poema!
nada mas y nada menos que eso ;)
Mariana: Gracias, como siempre.
Un gran abrazo.
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