sábado, 9 de mayo de 2009

BOLUDECES, COMO SIEMPRE

Para mi amigo Hernán

Y sí. Reencontrarme con mi amigo Ernesto iba a ser una fiesta para el alma.
Después de algunos reveses en el campo de los afectos, volverlo a ver despertaría infinitos recuerdos, anécdotas varias, peripecias del pasado y de la juventud.
Para definir a Ernesto tengo que usar un lugar común: soltero empedernido.
Hijo único pero no malcriado, lo último que supe de él es que vivía con sus padres en una casona de Vicente López.
Revolví cajones y papeles y dí con su celular, y lo cité en el Arrufat, mi querido refugio.
Mucho tenía para contarle. Sobre todo de mis crisis existenciales y de mi perplejidad ante las grandes preguntas humanísticas que buscan un sentido para el hombre.
Quería contarle de este blog que mantengo, del premio de cuentos que gané, del vacío de la hoja en blanco y de la angustia que genera observarse frente a una superficie inmaculada que espera un destello de genialidad. Pretendía mostrarle a Ernesto mi evolución, la inteligencia que me había deparado el cultivo de un pensamiento crítico, los debates filosóficos que a menudo realizaba en el bar Baudelaire. Esas búsquedas de verdades absolutas que sólo tenían respuesta en el plano metafísico. Esas verdades esquivas que tratábamos de descifrar en las charlas de café de los viernes con aquellos amigos que carecían de todo lo trivial.
Todo eso quería contarle.
Y sí. Ernesto llegó al Arrufat con su mirada luminosa de siempre, con aquella alegría que le conocía muy bien,  y con una barba candado que era de este nuevo tiempo.
Estábamos contentos de vernos. Nos abrazamos y nos pedimos las primeras birras.
Ya a la cuarta Quilmes me contó.
Me lo contó de la misma manera que me preguntó por mi hija: con una expresión de paz, con un gesto bonachón, tan característico en él.
Me dijo que sus padres habían muerto a finales del año pasado, con pocos meses de diferencia. Primero el padre por una enfermedad terminal,  y luego la madre acuciada por la pena.
Me contó que de pronto, y en poco tiempo, se quedó absolutamente solo.
Estuvo acompañándolos hasta el final, primero a uno y después a otro.
Luego, cuando ocurrió lo que ocurrió, vio como la casa se agrandaba y se silenciaba y se convertía en otra. Recordó los juegos de infancia y los barriletes que remontaba con su padre. Los bailes de la adolescencia en la terraza y a su madre preparando bizcochuelo.
Tomó, dice que tomó mucho. Dice que coló pastillas de todos los colores y de todos los tamaños. Y que pataleó, y que lloró contra la reputísima vida y contra la archireputísima muerte.
Pero salió, porque todo debía continuar, y a pesar de las pálidas él necesitaba del humor y de la alegría.
Todo esto me contó: sin énfasis, con su mirada pacífica de los mejores días, con una sonrisa en la cara por el gozo de habernos encontrado.
—Y vos en qué andás  —me preguntó, mientras me guiñaba el ojo por sobre el vaso repleto de espuma.
—¿Yo? —contesté, buscando encontrar las palabras adecuadas— Yo, nada... en boludeces, como siempre.

6 comentarios:

Roxana Artazcoz: dijo...

por suerte Sergio, y como siempre, no me sorprendés, porque ya estoy acostumbrada a que me estrujes el corazón cada vez que te leo, sí te leo, porque ahí, en tus textos, siempre estás vos. Gracias por mantenerme sensible y emocionada.Sos un gran artista, y como no podría ser de otra manera, un gran ser humano. Te quiero

Marla Singer dijo...

coincido con Roxana! que facilidad para transmitir con tu estilo costumbrista realista, sentimientos en forma cruda y profunda. Me gusta mucho lo que escribis. Gracias!

Maga h dijo...

Bueno... pero que placer, que alegría volver a este espacio.

Que verdaderas lecciones de simpleza y humanidad hay en lo que escribís.

Seguro ando por las mismas boludeces, por las mismas que andará Ernesto, en un tiempo, cuando por real, la muerte se le haga amiga, hasta compañera.
La muerte miserable forma parte de la vida, como otras tantas miserias.

Querido Sergio, para mí es una sincera alegría que hayas querido y podido volver. Te dejo mi mayor abrazo.

Magah

Sergio Bonomo dijo...

Realmente me han emocionado mucho los comentarios.
Roxana: muchas gracias por tus palabras. Yo también te quiero mucho y sé lo bien que te está yendo con LocoRal (¡¡Están en calle Corrientes!!). Te digo que dejar a Ludmila es todo un tema. No tenemos con quien hacerlo y hace más de un año que no salimos solos.
Pero te prometo que iré, no me lo quiero perder.

Marianch: Gracias por estar siempre ahí, por leer mis post y aportar tus comentarios siempre constructivos.
¡ Los espero con ansias!

Magah: Te extrañaba mucho. Extrañaba ver tu nombre en los comentarios, porque por tus blogs yo pasaba. No comentaba porque me costaba mucho escribir. No sé... Pero me alegra verte por aquí.
Un abrazo grande

Maga h dijo...

Sergio, yo también te extrañaba mucho, y sinceramente me alegra volver a encontrarte.

Tuve un extraño y repentino respeto a tu alejamiento, a lo que pudiera estarte pasando o a lo que aún pase y como verás, lo bueno de irse bien, es que al regreso siempre hay alguien esperando.

Recién te ví como seguidor en "Sin ropa", tras ello tu silencio (sin coment) y tuve la extraña sensación de tu presencia silenciosa, un fantasma amigo rondando la casa.

Como quieras viejo, acá estamos y te esperamos.

Sergio Bonomo dijo...

Magah: Pasé de reojo por Sin Ropa. Y cuando vi que se trataba del Escritor y la Maga supe que sería un seguidor incondicional. Leí el último posteo a las apuradas, por eso no comenté.En cuanto pueda leer bien tu nuevo blog te haré comentarios acordes a lo que te merecés. Pero siendo tu blog y conociendo tu forma de escribir ya me es suficiente para ser uno más de tus seguidores.
Un abrazo y gracias por estar.
Sergio