jueves, 30 de abril de 2009

DE AMBAR

El porteño más porteño de todos, ese que bebe litros de café y observa la calle desde la ventana de un bar.
El porteñísimo que guarda en su DNI la foto vieja de los años de plomo (campera de corderoy y bufanda hasta el piso).
Ese tipo de los sueños azules, de las estaciones donde la palabra silencia aquello que dice.
Ese tipo me regaló este poema de sus años mozos. Un poema de cuando estaba todo por hacerse. Todo lo que después nunca se hizo.


DE ÁMBAR

De ámbar dibujados
en Politeama, un café,
un cigarrillo, una sombra.
De ámbar esa piedra que colgaba
de la lluvia, un Jockey Club maquillado
de tus letras,
del adiós de tus letras inventadas
en paquetes de cigarrillos
abiertos una tarde cualquiera
pero no tan cualquiera.
De ámbar el color del silencio,
la levedad de tus ojos encendidos,
el encuentro fugaz
de las pieles ocultas.
De ámbar la poesía que te dije al oído
—tus manos apretadas,
serenas, con las mías—
en el denso paisaje del verano y la siesta.

lunes, 27 de abril de 2009

CUENTOS EN ZAGALA

Tendrían que haberlo visto a Sergio el otro día.
Se tomó el bondi 161 y regresó a sus pagos de infancia, a Villa Zagala, al conurbano bonaerense, para contar cuentos para ancianos y niños.
Y contó.
Contó con el corazón en la boca, que es la manera en la que hay que contar.
Le juntaron los viejos del patronato con los pibes de la villa que van a hacer los deberes.
Y contó para ellos.
Contó para ellos y además para las asistentes sociales —que no le dieron pelota— y para los maestros y las enfermeras y para las mucamas. Y por una larga hora todo pareció de fiesta.
Y le dolió un poco también, porque volver le duele a cualquiera.
Volver para contar.
Había viejitos en sillas de ruedas y viejitas con bastones blancos y pibes de no más de diez años que ya tienen tajos en la mirada.
Y Sergio ahí, con nada más que sus cuentos y la jarra de agua y un ramo de fresias que le pusieron sobre la mesita de madera.
Y Sergio contó, y evocó,  y lloró, y se rió, y las historias iban y venían como traídas por los vientos del recuerdo, danzaban sobre la atmósfera del teatro improvisado y más allá también, sobre el parque que aglutinaba el complejo de patronatos.
Cuando terminó de contar le regalaron un platito que hacen en los talleres y le pidieron que regrese.
Y Sergio, aunque le duela, juró que lo hará pronto.