miércoles, 4 de marzo de 2009

BORGESITO... ese amigo del alma.

Esta mañana, como cada vez que llueve, me hice una escapada hasta el "Arrufat", para ver si se me ocurría algo para publicar en el blog.
En la mesa que da a la ochava de Anchorena y Santa Fe me lo encontré a Sergio. Charlaba animadamente con su amigo invisible.
A fuerza de perder a los carnales, Sergio se inventó uno de aire.
Se sientan juntos siempre, en el mismo sitio, y él paga la consumición de los dos.
Se los ha visto discutir acaloradamente: Sergio realiza ademanes gigantes y alza la voz más allá de lo discreto y termina yéndose del boliche dando un portazo. Otras veces hablan bajito, como contándose secretos, y se ríen los dos con picardía.
Angelito, uno de los mozos, me explicó que el amigo invisible de Sergio tiene gustos refinados, pero carácter caprichoso: se pide un capuchino Arrufat que vale como cincuenta mangos, pero luego ni siquiera lo prueba.
—Total, él nunca se hace cargo de la cuenta  —explica entre risas.
Angelito dice que el otro día una señora retiró la silla que —por supuesto— pretendía vacía,  y entonces ardió Troya: Sergio empalideció, se puso blanco como el azúcar, pero sacó fuerzas de donde no tenía y lo mínimo que le gritó fue bruja.
imaginate  — me contó Angelito—  hubo que convencerla para que no llamara a la policía. ¡Flor de quilombo!
Flor de quilombo, sí.
Sergio giró la cabeza y entonces me vió, me hizo una seña para que compartiéramos la mesa los tres.
Angelito se sonrió, y continuó con su trabajo.
Yo me acerqué, no sin cierta aprensión.
Apenas me senté me tiró la frase de siempre:
— No puedo escribir, Pechito, no puedo.
— Bueno —le dije— eso pasa a veces.
Acá Borgesito dice que es porque soy medio obsesivo —me contestó , mientras señalaba la silla vacía que estaba entre nosotros— , ¿a vos te parece? .
— ¡Ah...Borgesito... sí!  —le dije, y el calor trepó por mi cara.
Entonces me contó que entablaron una amistad de esas que no se empardan. Me dijo que un día él estaba escribiendo en esta misma mesa, y Borgesito se sentó por las de él, sin que nadie lo invitara. Al principio a Sergio le molestó semejante intromisión, y pensó en echarlo a patadas y golpes de puño. Pero luego percibió en el nuevo amigo una inteligencia clara y una sensibilidad calurosa. Al rato ya estaban discutiendo de política, de música y de literatura.
Sabés cual es el verdadero problema, Pechito —dice Sergio, en tono melancólico—; qué él es de River y yo soy de Boca, ¿te das cuenta?. No podemos ir juntos a la cancha.
Le dije que me hacía cargo de la situación, que comprendía, pero que esta vez me dejara pagar la cuenta a mí.
Me levanté, le di un abrazo a Sergio,  y le hice una amable reverencia a Borgesito, sintiéndome el tipo más pelotudo del mundo.
la imagen es de www.tintorerialaciana.com