Julieta está sacada.
Su mirada de rivotril se pasea por las vidrieras del Palermo Soho, escruta los diminutos vestidos de Las Oreiro, admira los colgantes orientales, y los collares hipposos del destiempo.
Todo parece suceder dentro de una vieja película: divas de los cincuenta que esperan en sus convertibles los flashes abrumadores de los paparazzis.
Mirada cuarentona la de Julieta, acuosa, irreal. Una mirada que perturba desde su naturaleza inasible. Una mirada que no miente, y que refleja el vacío de todo su mundo.
Ella y An se sientan en un bar de la placita Cortazar, donde —ya se sabe— todo es mentira.
—Sí. Tal vez este verano vuelva a Punta. ¿Y ustedes?
—Nosotros —dijo An— como mucho, a Punta Mogotes.
Las dos se ríen. ¡Son tan distintas! Pero el escenario las clasifica en un álbum uniforme. Allí, los cuerpos, los deseos, los gestos, las almas, mutan en un híbrido que se mimetiza con el paisaje.
El sol de esta primavera amenazante les clava las uñas en la piel. Julieta se coloca los anteojos negros, y ahora su mirada alucinógena ya es nada más que un recuerdo.
La vida arde dentro de ella, pero con inocente ironía. La adolescencia se resiste a abandonarla. ¿O es Julieta quién se aferra al tiempo que se le escurre?
An se pregunta entonces qué hace ahí, con esa mina. Qué hace encendiendo ese enésimo cigarrillo entre el sonambulismo de una gente que transita el sueño de un dios loco.
Porque ella más que nadie sabe que allí nada es verdad.
Nada.
Ni las chicas de miradas acuosas, ni ella, ni la placita que alguna vez fue Salguero.
Julieta le cuenta a An sus fantasías lésbicas, sus sueños secretos con otras mujeres. Ansias eróticas que ni siquiera su pareja conoce. Su pareja: empresario textil amigo de Mauricio Macri.
—En el fondo todo esto me gusta— dice julieta, repantigándose en la silla, mientras el trago se calienta sobre el mantelito de hilo, y An ya no sabe cómo guarecerse de ese sol cada vez más invasivo.
An observa las otras sillas, las otras mesas. Ve como —de pronto— las personas se transparentan, se tornan invisibles.
An ve también como los bares se esfuman, como sus ladrillos pierden consistencia, como las calles abandonan sus formas y un desierto les crece desde adentro.
Ve también — con un resto de perplejidad—cómo julieta se deshace en el aire.
Después, ella misma desaparece.
La imagen corresponde a "Todas las mujeres..." acrílico de Montse Martin